Opinión

¿Hasta cuándo?

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Por Editorial Camino.

Rep. Dom. -La situación del pueblo nicaragüense es dolorosa. Los hechos que ocurren a diario en ese hermano pueblo centroamericano vuelven trizas el respeto a los derechos humanos. Allí la vida de los que disienten del gobierno no vale nada.

Estamos observando un funeral permanente de jóvenes que soñaron con la libertad prometida, y que hoy la represión se los ha llevado a destiempo.

El diálogo propiciado por la Iglesia para encontrar la paz de un pueblo que se desangra, ha sido silenciado por el ruido enloquecedor de las ametralladoras utilizadas para ahogar en sangre a una población que busca una vida mejor, y se siente traicionada.

Los abusos y atropellos cometidos por la policía y bandas paramilitares han roto todos los límites. Pocas veces hemos visto en nuestros pueblos latinoamericanos huestes fanatizadas atropellando a dignatarios de la Iglesia como al Cardenal Brenes, a obispos, sacerdotes y hasta el Nuncio de Su Santidad, sin importarles a sus verdugos que estas imágenes darían la vuelta al mundo. Si así tratan a estos pastores qué no harán con la gente del pueblo dispersa en diversos espacios de la tierra de Rubén Darío.

Pasan de 350 las personas que han sido ase­sinadas desde el 19 de abril cuando se iniciaron las protestas pacíficas. Por qué las autoridades nicaragüenses rompieron el diálogo, única manera civilizada de encontrar la paz.

Cómo justificar el atentado contra el Obispo de Estelí, Mons. Abelardo Mata, los tiroteos en el templo de la Divina Misericordia, en Managua, donde habían jóvenes refugiados resguardándose de quienes con odio y saña los perseguían para quitarles la vida. Hasta dónde llegarán cuando hasta la sede Caritas fue incendiada, y la Basílica de Diriamba fue blanco de los tiros con armas de guerra.

La lista de atropellos es larga. El horror creado es infernal.
Frente a tanta ignominia la comunidad internacional debe presionar para que el Gobierno de Nicaragua frene esta ola de violencia que nadie en su sano juicio podía ima­ginar.

El diálogo debe volver, y que los responsables de estos desmanes paguen su culpa por el daño causado, porque el crimen sin sanciones es un estímulo para los sin alma.

Y como dijeron nuestros Obispos en la conclusión de su reciente Asamblea Plenaria: “Deploramos y repudiamos las agresiones que en Nicaragua se han realizado a todo el pueblo, incluyendo a obispos y sacerdotes que buscan la defensa de los nicaragüenses. Que el Señor les mantenga firmes, como valientes testigos suyos en medio de la violencia y las injusticias que arropan a esa nación hermana”.

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