
Por: Rafael A. Escotto
«Tu camino está iluminado por la luz, pero la oscuridad deja brillar las estrellas».
- L. W. Arroyos
A Braulio Rodríguez, Johnny Guerrero, Piero Espinal Estévez, Luis Arzeno Perdomo, Carlos Escotto, Oneyda Mejía, Andrés Mejía Lizardo, Adalberto Ramírez, Darío Payamps, Marlon Anzellotti González y Marcel Ricart.
Es complejo descifrar aquello que no se puede interpretar. El enigma es uno de los misterios que no se puede explicar tan fácilmente. En el caso de la fotografía que le sirve de pretexto para este trabajo, tratándose de la luz, deja de ser un enigma, toda vez que su intelección se hace comprensible a todos nosotros. Sin embargo, existen secretos que la luz en esta fotografía tomada por el poeta y amigo Luis José Rodríguez Tejada no alcanzo descifrar quizá por una fragilidad de mi visión poética o, probablemente, porque no escribo en este momento durante el amanecer cuando la aurora salta iluminando el mundo que, en el campo ubérrimo y fecundo, como diría el poeta mexicano Enrique González Martínez, dilata la luz de la mañana.
No me atrevería, sin ser astrónomo, imponerme la tarea de hacer una inmersión en el universo que está poblado por miles de misterios, para tratar de descifrar en un artículo que está reducido a menos de tres cuartillas el secreto de la luz a través de una fotografía tomada por un poeta en función de retratista, sobre todo cuando dice la periodista científica argentina Nora Bar que «nadie sabe cómo surge la conciencia del cerebro. Cómo una masa grasosa es capaz de producir algo que es totalmente etéreo, que no se sabe dónde está y aun así nos permite ser yo».
Me pregunto: ¿hay algo de vida en la luz que permitió que Luis José captara su actuación? No me explico cómo lo hizo, porque según el fotógrafo Craig Burrows él trabajó en un ambiente oscuro para que la cámara no viera el ultravioleta. ¿Es este el caso de Luis José? A ver. Dice el poeta argentino Roberto Juarroz que allí donde la luz no alumbra tal vez alumbra la sombra.
No olvidemos que existe una luz espiritual, interior, divina que representa todo lo bueno. Aristóteles, en sus divagaciones sobre la luz, nos advierte que es «dentro del individuo que está la luz de mil soles». Y si es así ¿tuvo este fotógrafo en ascenso un momento oscuro para poder ver la luz que atraviesa el árbol? Sería aconsejable que visitáramos un poema de Salomé Ureña para saber lo que ella piensa sobre el enigma de la luz: «Ayer meditabunda lloré sobre tus ruinas, ¡oh, Quisqueya! Toda una historia en esplendor fecundas el remover la huella del arte, de la ciencia, de la gloria, allí esculpida en perenal memoria. Y el ánimo intranquilo llorando pregunto, si nunca al suelo donde tuvo el saber preclaro asilo, a detener su vuelo el genio de la luz en fausto día con promesas triunfo volverá».
Pienso que en este verso hay un silencio que grita una victoria en el incendio vespertino del viento, una isla que le canta a la luz el eco de su gloria.
En cambio, es Nietzsche, quien en su ilusión poética, piensa descifrar el misterio de la luz. Pero la luz se adelanta a la visión del poeta reconociéndose, asimismo: «¡Sí! ¡Sé de dónde procedo! Insaciable cual la llama quemo, abraso y me consumo. Luz se vuelve y me consumo. Luz se vuelve cuanto toco y carbón cuanto abandono: llama soy sin duda alguna». Esta revelación de Nietzsche trasciende, va más allá de los límites particulares de la consecuencia divina de la luz.
Me parece que el fotógrafo en ascenso está inmerso en una dificultad espiritual o filosófica: por un lado, está fascinado con la luz que pretende exaltar Salomé Ureña, en tanto y cuanto es un fulgor en una dimensión política, como componente social y en Nietzsche, quedando atrapado sin lograr desentrañar completamente el significado de la luz que se filtra misteriosamente a través de árbol.
En medio de aquel dilema distingo, como narrador de la escena, a Ernesto Cardenal entrando como si fuera una fracción de luz que se descarga en el vacío. En Cardenal y, posiblemente, en Nietzsche se podría decir que la trascendencia como concepto metafísico se refiere a lo que no forma parte de la realidad tangible y en el sentido de la luz captada por el poeta santiagués esta es infinitamente superior a la virtud de la razón que poseen los seres humanos.
Me detengo brevemente a observar la luz que atraviesa el árbol y me pregunto si el fotógrafo no habrá pensado en Kant para haber llegado a esta magnífica fotografía, puesto a que siendo la filosofía una virtud humana y siendo el autor un intelectual que navega en la fotografía, no como un trabajo sino como un goce estético particular, encuentro en la imagen un contenido que abarca dos campos lógicos: la razón teórica y la razón práctica; en la primera se revela una razón de la realidad (el árbol) y en la otra un fin práctico (la fotografía). Dijo el escritor y poeta británico, hijo de padres somalíes, Warsan Shire, que «la luz atrae la luz».
Me siento frustrado tal vez porque intuyo que a pesar del esfuerzo desplegado tratando de descifrar el enigma de la luz que reflecta el árbol no haya logrado este objetivo totalmente. A pesar de esta «deficiencia» de una aspiración filosófica me reconforto en una frase del periodista inglés Tony Parsons, que explica que aquello de lo que hablamos es tan evidente que es complemente oscuro y es tan abierto que es absolutamente secreto.


