Por: Rafael A. Escotto
El cancionero caribeño y antillano es como una perla brillante que se desarrolla y aparece abriéndose al firmamento artístico con expresión luminosa, rasgando el diapasón de una guitarra, repiqueteando los atabales de piel de cabras y una voz con la fuerza de la patria que se levanta entonando versos negroides salidos de la divina naturaleza gritando desde sus profundidades ancestrales, sus angustias y su pasado, alza sus brazos implorándole purificación a un universo de fuego y de religiones.
Una voz hija de las estrellas, de los santos y de la luz se proyecta y brota desde los altares de la santería dulcificando y alumbrando con su canto los espíritus que galopan las noches en escobas de plata. Una oración de fuego invoca con su canto a Changó y sube a escena Yemayá.
Al momento suenan y resuenan los místicos tambores provocando en aquel hombre negro un éxtasis que hace que sus sentidos entren en un estado de desconexión enigmática. revelándose en su rostro una iluminación mística de tipo existencial.
Enciende un cigarro y lanza al aire bocanadas de humo, como se estila en los rituales de la tabacomancia, rociar de ron el ambiente como si en verdad fuera santero. Balbucea palabras ininteligibles en lengua de los pueblos yoruba aparentando adivinar el futuro. Valoy recurre al tabaco como elemento elegiaco para llamar a los muertos con sus oraciones y su canto.
De pronto, Yemayá se retira de aquel cuerpo sudoroso y brilloso y hace su presencia Eleguá, envuelto en ropa de vistosos colores, él es el más importante de los Orishas, a quien el sincretismo asocia con San Miguel y el santo Niño de Atocha. Se dice que Eleguá fue testigo de la creación del mundo.
En medio del trance o estado de suspensión, el espectacular cantante hace que el dolor que le ha causado su experiencia fluya de su cuerpo a través de invocaciones para que el ebó le permita, por medio del sacrificio, cambiar su destino fatal.
El artista hace una dramaturgia maravillosa del ritual de la santería; su canto divino se eleva envuelto en el incienso, al extremo que la inhalación del humo de la resina invade el espectáculo, haciendo que el público entre en trance y todos bailan delirantes contorsionando sus cuerpos junto al santero, al estilo Eleguá, que danza al ritmo de los atabales borracho el espacio de tabaco y ron.
Un sacerdote jesuita con su blanca sotana hace su presencia y entra en la escena regando incienso y mirra a manera de mostrarle su devoción a Eleguá; igual hicieron los sabios que se despojaron de sus aceites, símbolos de la santidad, y los pusieron a disposición de Jesús.
Cuco Valoy transformado en santero canta el merengue «El brujo» y comienza a hacer entrega de la receta del brujo pasándola de mano en mano, como es la costumbre en la tradición de la magia negra y el espiritismo.
Tan fantástica representación artística o performance de Cuco Valoy todavía no ha sido apreciada su pureza, por lo que ese esfuerzo dramático tampoco ha sido valorado por los teatristas dominicanos. Es posible que a Marcel Ricart se le ocurra montar una obra de santería junto a Dagoberto Tejeda, en el Gran Teatro del Cibao, como homenaje a Cuco Valoy, por su arte y su gran talento.
Ver en escena a este artista de la música y la canción es como si Cuco Valoy tratara de que regresáramos al ocultismo en el plenilunio de la posmodernidad. Esta grandiosa teatralidad del gran Cuco Valoy me lleva envuelto por del humo del incienso y la mirra a tener un encuentro elegiaco con «El canto negro» de Nicolas Guillén; observo en la lucidez de mi imaginación, mientras asciendo, a Yambanbó, el congo solongo repicar el bongó, bailando yambó en un solo pie.
A todo esto, don Manuel del Cabral está allí con su «Aire negro», oyendo a Cuco Valoy cantar los cocolos bajo los cocales. En medio de la festividad se une al espectáculo, Dioniso López Cabral, José Parra, Danny Rivera, Facundo Cabral. Ramon Orlando entra ceremonioso vestido de blanco con La cruz de oro y un cuadro gigante de San Francisco. Le sigue Juan Luis Guerra, quien levantando su voz cual un sinsonte canta: ! ojala que llueva café!
Luego aparece la ministra de Cultura, doña Carmen Heredia. Como se trata de los ochenta y cuatro años del Cuco se le sube Changó, pero es Danny Rivera y no Celia Cruz, quien canta El negro bembón, de Guillen.
La celebración del cumpleaños del gran Cuco Valoy, finaliza con la presencia de Babalú Aye, en la persona de Facundo Cabral, quien lleva colgándole de su pecho un amuleto que le regalo el papa Francisco, cantando «Negro manso.»; como si saliera la voz de la tierra, Bueyón, declama bajo la mirada atenta de Facundo:
«Desearte que tus sueños se cumplan. Desearte que nunca bajes los brazos, suceda lo que suceda. Desearte que el sol brille siempre aun cuando la mañana se empeñe en nublarse. Desearte que no dejes de creer ni de sonreír, porque nada mejor para Dios que tu alegría. Desearte el mejor vino, la mejor manzana, los mejores amigos, la mejor oportunidad de ser feliz, la mejor vida, las mejores estrellas, la mejor noticia y la concreción de todos tus anhelos más profundos. Desearte salud, dicha, paz y mucha fe para fortalecerte en cada caída.
Desearte, amigo Cuco, a los ochenta y cuatro años, que pronto estés compartiendo nuevamente con tus amigos más queridos y con tu familia una charla de amigos, dándole paso a la luz y sonriendo por esta nueva oportunidad de vida plena de justicia, de buenas noticias y sobre todo de amor.» FELIZ CUMPLEAÑOS TE DESEA TODO EL PAIS Y QUE DIOS TE SIGA BENDICIENDO.