Por: Luis Córdova
El sonido de las cuerdas nos suspendía. El silencio, que es más denso en la Catedral, hizo que Vivaldi llegara al interior de un templo levantado por inocentes y pecados casi al margen del río Yaque.
El “cura rojo”, que no conocía del calor del aplauso de los santiagueros, no miró el tiempo y la hora y media se despachó en una misa que aguardaba por la bendición final. En medio de la eucaristía el maestro Caonex Peguero, ya santiaguero, dirigió a un concierto memorable para la celebración de estas fiestas patronales.
El evento fue organizado por el grupo filosófico y cultural La Tertulia, dirigido por el Dr. Bruno Rosario, con la dirección técnica del miembro de ese colectivo y violinista Marcos Herrera, y contó entre otros talentos con Ivanova Casimiro, Ruth Herrera, Arturo Domínguez, Liz Marie González y Juan José Henríquez.
Hubo de todo, desde la vanidosa ignorancia que aprovechaba para hacerse selfies, hasta quienes se sobrecogieron en lágrimas.
Que la gente del pueblo, los católicos de a pies, avaros, ricos, justos, pecados, ateos, agnósticos y diletantes llenaran a capacidad cada una de las naves de la Catedral Santiago Apóstol quiere decir que el pueblo está ávido de que lo clásico vuelva a escena.
A mi lado una niña, al parecer de un sector muy humilde, estaba inquieta por lo que acababa de descubrir, inquiría para saber cada detalle mientras leía y releía al programa de mano. Al final, con el aplauso más entusiasta que jamás había visto, exclamó: “¡Viva Vivaldi!”.
El milagro de la cultura mueve todas las montañas