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De guapos, machos y tragedias

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Por Edgar Lantigua.

El tango y la milonga son, como se dice ahora, temas transversales, a la obra de Borges. Al tango dedicó el ilustre escritor cuatro conferencias magistrales.

Es así como descubre uno que, en sus orígenes, esa música que identifica hoy a los argentinos, tiene un origen bastante similar al de nuestra bachata, un lugar, el cabaré, al que Borges llama de forma elegante: casas de mala vida, un ambiente, el de la gente común, el gaucho, el compadrito, orilleros, más que nada.

El otro gran grupo al que canta o entretiene el tango en sus orígenes, es al de guapos, dispuestos a matar a cuchillo, por una mujer, así sea la del lupanar, por una honra mancillada o por una risa o una mirada mal encajadas o peor interpretadas.

Ese discurrir de Borges por una historia que se remonta allá por el 1880, fecha alrededor de la cual surge el tango, nos encuentra a los dominicanos, no sé si a los argentinos, 130 años después, en escenarios tan similares que uno quisiera culpar a la música, pero no.

El fin de semana, diez almas fueron arrancadas de la tierra, en episodios de espanto, por emociones primarias, allí donde el dolor por poseer a la mujer que ya no nos quiere, lanza el grito de “mía o de nadie”, donde el honor es una risa por un cátchup derramado, por una bofetada mal encajada, por un celular.

Y de nuevo nos espanta la facilidad con que, en un momento se pierde la vida, la libertad y el sosiego, cuando vestidos de guapos, alcanzamos un arma y como dioses menores disponemos de la vida que nunca dimos.

El trasfondo es, sin dudas, la cultura de violencia, la masculinidad mal entendida, los vericuetos de la salud mental y no pocas veces el alcohol, ese al que canta Frank Reyes en una bachata.

La que dice “fue por el alcohol, quiero que me perdones otra vez”, con cuánta frecuencia entre ese perdonar otra vez, está la desgracia.

El escenario del horror de una semana sangrienta tiene en el episodio de la muerte del comentarista Manuel Duncan condiciones particulares, siendo este el protagonista inicial de su desgracia.

Asumir que se reían de él, cuestionar la masculinidad del general retirado, abofetearlo y golpearlo, es el comportamiento de alguien a quien el alcohol le saca el guapo, frente a quien también está condicionado por esa sustancia y armado.

En Indiana Jones hay una escena en la que un espadachín enfrenta al protagonista, con numerosos movimientos de su arma, hasta que en segundos este saca un revólver y lo mata.

A diferencia de los tiempos del tango, ahora no es el cuchillo, son las armas de fuego el instrumento principal de muerte, esas que están al alcance de cualquiera.

Cantando al vino Alberto Cortez aclara el mundo cuando dice: “El vino, entonces, libera, la valentía encerrada, y los disfraza de machos, como por arte de magia… pues del matón al cobarde, solo media la resaca”.

Contener la ola de violencia que nos asola, requiere un esfuerzo de salud mental colectiva y altas dosis de serenidad para promover un consumo más responsable del alcohol, tan presente como las armas en la mayoría de las tragedias.

Pero, sobre todo, de elevar en la conciencia colectiva, el valor de la vida.

 

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