Por Luis Córdova.
En Haití el caos está institucionalizado. Es la conclusión a la que fatalmente llegamos, cuando se lee su historia y cuando se accede a su prensa.
El pueblo haitiano escribe con sangre su presente y nada presagia que el futuro próximo traiga paz y pan.
Lo caótico genera beneficios y miedos.
La denuncia de que la iglesia católica es una traficante de armas, para los cristianos y no creyentes, debe generar no sólo asombro.
Lo dijeron medios alternativos que van construyendo su narrativa, comprometida con las bandas urbanas que implantan el terror.
La carta pastoral, los diez obispos de la nación vecina, y la Conferencia del Episcopado de Haití le han salido al frente a una denuncia que puede desatar que la sangre llegue al púlpito.
Sean cristianos, católicos, ateos o practicantes del vudú, el problema es la muerte que ronda el hambre y el dolor de un pueblo que camina sin brújula.
¡Los que tienen fe, que oren!