Por: Karleny Cabrera
Cuando hablamos de equidad, nos referimos a la justicia; el término alude a la distribución justa de recursos y poder en el entorno en que convivimos. Pero más allá que eso, este concepto consiste en no favorecer, en el trato, a una persona, perjudicando a otra.
Poner en práctica la equidad es hacer que todos tengamos iguales oportunidades en la sociedad, pero también que, sin importar clase social, nivel académico o estatus, seamos tratados con amor y comprensión, ya que, frente a los ojos de Dios todos los humanos son iguales.
Cuando se actúa aplicando este importante valor se erradican un sin números de problemas sociales, como, por ejemplo, disminuye la discriminación para no favorecer a un sexo y perjudicar al otro en ningún contexto; y reduce la aparición de menosprecio y rechazo en la vida de las personas.
El ser humano debe meditar en que vivir equitativamenteharía la vida más factible y llevadera, pues, en un ambiente en donde cada quien recibe el afecto y atención que merece y necesita, se convive con armonía, paz y tranquilidad.
Es simplemente ponernos en los zapatos del vecino, amigo, hermano, familiar o compañero de trabajo, para poder comprender la situación del otro y actuar de manera equitativa e igual, tratando a la otra persona como nos gustaría ser tratados.
La palabra de Dios dice: “amarás al prójimo como a ti mismo”, enseñándonos que cada quien debe tratar a la otra persona tal cual le gustaría ser atendido y comprendido. Este principio bíblico debe ser básico en la vida de cada ser humano, pues, si se pusiera siempre en práctica, en el mundo fluiría más el amor de Dios y la sociedad tuviera más quietud.
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