Por: Editorial Semanario Católico
La gesta restauradora reafirmó una vez más el ansia de libertad del pueblo dominicano. Ser libre de toda potencia extranjera, o se hunde la Isla. Así nos enseñó el Patricio Juan Pablo Duarte.
Este acontecimiento histórico iniciado en 1863 nos presenta retos que debemos afrontar con sinceridad.
160 años después de aquel 16 de Agosto necesitamos restaurar la esperanza de tantos jóvenes que van por la vida sin rumbo, poniendo en peligro el futuro de la nación.
Hay que restaurar el fortalecimiento de las instituciones estatales en donde descansa la estabilidad democrática.
Tenemos que restaurar la transparencia y pulcritud en el manejo de los fondos públicos, que a través de los años han sido piñatas para enriquecer a grupos que han hecho de la corrupción una forma de vida.
Es urgente purificar la actividad política haciendo de ella una vocación de servicio, y no un cúmulo de manipulaciones y mentiras que anestesian a los más pobres para convertirlos en presas fáciles de sus engaños, perpetuando así su miseria.
Hay que restaurar el amor a la Patria como lo hicieron los héroes de la Restauración de la República. Ese amor tiene que manifestarse en acciones concretas trabajando por un país mejor para todos.
Ese es el verdadero homenaje que merecen nuestros restauradores. Restauremos la esperanza que ya muchos dominicanos perdieron, y hoy la buscan en otras naciones.