Por: Roberto Valenzuela
Enarbolando nuestra llama patriótica, hoy exaltamos con ardor el 160 aniversario de una hazaña que reverbera en nuestro ser como un himno a la libertad: la Batalla de Arroyo Bermejo, Monte Plata, un 29 de septiembre que no puede quedar en la penumbra. Jamás.
Todas las gestas han forjado nuestro linaje nacionalista, mas esta, la Batalla de Arroyo Bermejo, marcó el fin de un feroz general, un maestro de la estrategia bélica: Pedro Santana. Nunca se le puede quitar el mérito de que era un guerrero, lo demostró en la guerra de independentista entre República Dominicana contra Haití.
El mismo día en que la Segunda República echó raíces en Santiago de los Caballeros, el presidente Pepillo Salcedo sentenció a Santana con la pena de muerte, acusándolo de traición a la Patria, porque había anexado a La República Dominicana a España, el 18 de marzo de 1861.
A la amanecida del 15 de septiembre de 1863, Santana partió de Santo Domingo hacia el Cibao, cruzando Monte Plata, determinado a ahogar la rebelión y castigar a los restauradores. Marchaba al frente de 2,500 soldados, españoles y dominicanos.
El hazañoso general Santana, a sus 62 años, desconocía que, desde Santiago, en la misma dirección, se acercaba un joven general de 24 años: Gregorio Luperón. Este joven intrépido tuvo su bautismo de fuego, venciendo a una avanzada española en la cordillera central, en un paraje conocido como el Sillón de la Viuda.
Informado Santana de la derrota, muy furioso, se dirigió hacia ese lugar con sus tropas. Al cruzar el Arroyo Bermejo, ya Luperón avanzaba a paso firme. Estos dos generales tienen prisa por chocar frente a frente en batalla. El 29 de septiembre, la historia presenció un choque trascendental y brutal.
Iniciaron la lucha. Cuentan las crónicas de ese día que el general Luperón, incansable y feroz como una fiera rabiosa, lideraba la lucha con una pasión indomable. Su voz se alzaba sobre el estruendo de la batalla, resonando como un grito de libertad en un campo de batalla ensangrentado. “¡Ni un paso atrás! ¡Viva la Patria! ¡Vencer o morir! ¡Somos invencibles!”, rugía, su voz como un rayo de esperanza en medio de la tormenta de acero y fuego.
Santana fue humillado, derrotado. Bajo el accedió de Luperón y sus tropas, Santana y sus escoltas salieron corriendo para ir a refugiarse al campamento de Guanuma. “Párate pa que pelee, tú no eres guapo”, gritaban en tono de júbilo y desafiante los patriotas dominicanos.
La Patria fue salvada, proclamaba Luperón, razonando que, si dejaban pasar a Santana y sus tropas, la revolución iba a quedar aniquilada.
Se lograron dos objetivos: salvar a la Patria y lanzar a Santana al zafacón de la historia. Fue sepultado para siempre. “Los resultados de El Bermejo indicaban que los vientos triunfales habían abandonado al general Santana, al darle la espalda a la senda de la historia. Su estrella se eclipsó, y un torrente de adversidades y fracasos oscureció su camino”. Así lo relata el historiador Franklin Franco en su obra “Historia del Pueblo Dominicano”, volumen I.
En este momento, 160 años después, evocamos a Gregorio Luperón como un patriota continuador del anhelo de los tres padres fundadores de la República: Duarte, Sánchez y Mella. Su coraje y liderazgo nos enseñan que la juventud y la valentía pueden vencer, incluso, a la adversidad más formidable.
Que esta proeza continúe encendiendo nuestro espíritu, inspirándonos a rendir homenaje a la lucha por la libertad y la independencia. ¡Viva la República Dominicana, tierra de héroes y patriotas eternos!