Editorial periódico Camino
Los procesos electorales deben ser una fiesta de la democracia, constituyéndose en el camino idóneo para escoger a los representantes del pueblo, asumiendo éstos sus funciones con honestidad, gallardía, transparencia y vocación de servicio. Así tiene que ser.
Sin embargo, hemos visto a través de la historia cómo este certamen cívico es contaminado con acciones que desdicen de lo que es en sí la política, como la concibió el patricio Juan Pablo Duarte.
Por ejemplo, la compra de conciencia, dirigentes que cambian de chaquetas según el viento vaya a su favor, miembros de partidos que promueven la violencia y el odio, la falta de respeto hacia quienes piensan diferente.
También, las provocaciones con insultos entre los que acuden a los centros de votaciones, son acciones frecuentes que se dan al final de la campaña y que terminan en hechos lamentables. Así no debe ser.
Esperamos que el domingo 18 de febrero, en donde escogeremos alcaldes, y directores de distritos municipales, demostremos al mundo que hemos avanzado, y que aquellas páginas bochornosas que recogen episodios indignantes de otros procesos electorales, sean parte de un pasado vergonzoso que tenemos que ir superando.
Ante esta situación, nos unimos a nuestros Obispos, quienes en su Carta Pastoral del pasado 21 de enero nos invitan a orar: Para que tengamos unas elecciones realmente democráticas, sin las situaciones traumáticas del pasado, en la que se respete la voluntad popular y cada ciudadano, cumpliendo con su deber cívico, ejerza el sufragio, no por presiones externas, intereses personales o favoritismo, sino respetando el sagrado dictamen de su conciencia.
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