Opinión

Catorce de abril: La suma de todos los miedos

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«Ni aún permaneciendo sentado junto al fuego de su hogar, puede el hombre escapar a la sentencia de su destino». Esquilo

Por: Agustín Perozo Barinas
El título nos recuerda una película sobre la detonación de un artefacto nuclear en una ciudad de los Estados Unidos. Muchos no creen en la idea del infierno. Una conflagración nuclear lo es… por mucho.
Entonces, el catorce de abril del 2024, apenas iniciando la noche, una fecha como cualquier otra, excepto para algunos marcados a conocer el infierno, se abren las puertas del Averno.
Ese día transcurría como muchos otros en el Caribe insular, caluroso y húmedo. Una pesada rutina ralentizaba las horas. A pesar de los pesares poscovídicos había una tranquilidad inquietante que nos recordaba el viejo dicho: “Cuando la necesidad entra por la puerta el amor sale por la ventana”, y ese destino ya tocaría esa misma puerta… no había más acotejos con el tiempo. Un lamento sombrío, apagado, se filtraba por aquella ventana, susurrando: “…de buenas intenciones está trillado el camino al infierno”. La sentencia de Satyanarayana Dasa Babaji golpearía como un martillo: «El sufrimiento tiene un propósito, que es despertarte. Y es implacable. Seguirá viniendo a ti hasta que despiertes».
Algunos algologos concluyen que el dolor emocional duele más que el físico. A fin de cuentas, todo dolor es un producto mental que responde a algo negativo en particular, fisiológico (nocicepción) o emocional. ¿Y qué tiene que ver el dolor con el infierno? La respuesta es simple: no puede haber infierno sin dolor. Y como agravante, Da Vinci dijo: “Donde hay más sensibilidad, allí es más fuerte el martirio”.
Interesante analizar el grado de pesimismo en algunas mentes que ven el mal actuante pasar, una y otra vez, sin castigo… así, un actor francés lo expresó amargamente: “Voy a dejar este mundo sin sentirme triste. La vida ya no me atrae. He visto y experimentado todo. Odio la era actual, estoy harto de ella. Veo todo el tiempo criaturas realmente detestables. Todo es falso, todo es reemplazado. Todos se ríen del otro sin mirarse a sí mismos. Ni siquiera hay respeto por la palabra dada. Solo el dinero es importante. Escuchamos sobre crímenes todo el día. Sé que dejaré este mundo sin sentirme triste por ello”.
Para darle mayor énfasis a esa declaración de luto ante la vida que golpea sin tregua a muchos desafortunados, Slavoj Zizek nos dice: «La felicidad nunca fue importante. El problema radica en que nosotros no sabemos qué es lo que realmente queremos. Lo que nos hace feliz es el no alcanzar lo que deseamos, sino soñarlo. La felicidad es para oportunistas. Entonces pienso que la única vida de profunda satisfacción es una vida de una eterna lucha, especialmente, la lucha contra uno mismo. Si quieres mantenerte feliz, solo sigue siendo estúpido. Los auténticos eruditos nunca fueron felices; la felicidad es una categoría de esclavos».
Visto de este modo, sí existe una salida a cada infierno en particular: la lucha. Y hay que estar preparado porque la desdicha toca la puerta de los felices, tarde o temprano. La lucha en sí debe tener objetivos que alcanzar, y de ahí, otros nuevos. De otra manera sería como una escalera colocada en una pared que nos llevaría en su ascenso a ningún lugar, excepto la nada: una trampa.
Sí, indudablemente hay un infierno o, más adaptable aún, infiernos. La palabra infierno viene del latín inférnum o ínferus, que significa “por debajo de”, “lugar inferior” o “subterráneo”. La palabra infierno aparece en las primeras traducciones del hebreo y el griego al latín, donde se utiliza para reemplazar términos como Sheol y Hades, que son una clara referencia al inframundo.
El concepto cristiano del infierno está basado totalmente en las concepciones clásicas grecorromanas poéticas del Hades. No existe en la concepción judaica o bíblica heredada por los cristianos donde a lo sumo se habla metafóricamente como destino de las almas perversas de “la hoguera de la gehena”, un antiguo estercolero cercano a Jerusalén, donde las basuras se quemaban constantemente, mientras se dice que las almas justas “reposan en el seno de Abraham”.
Para los griegos y romanos el Hades era un lugar subterráneo, morada final de los muertos, separado del mundo de la vida por la laguna Estigia, y tenía diferentes secciones. En él estaban los Campos Elíseos, espacio paradisíaco de eterna primavera de los héroes y los justos. Pero el resto de ese mundo infernal se caracterizaba por praderas de bruma y niebla donde ciertas almas vagaban sin conciencia, ríos de fuego y lágrimas, sedes de todo tipo de monstruos infernales y un profundo abismo separado, el Tártaro, donde entre emanaciones sulfurosas estaban encerrados los grandes criminales.
De todas esas concepciones y sus diferentes círculos saca el cristianismo su concepto del infierno, aunque sobre todo coloca en él a los demonios, que no son más que diosecillos mediadores y de fertilidad del mundo clásico (los démones), especialmente los sátiros con sus patas de cabra, rabo y cuernos, a los que previamente sataniza. Incluso su concepto y visión de un “limbo” para las almas “neutras” lo saca de las praderas de bruma y niebla de los asfódelos, en los que las almas vagan sin percepción ni conciencia. Y si vamos a la descripción del infierno cristiano que hace Dante en la Divina Comedia, el paralelismo es exactísimo. (Etimología Chile)
Ciertamente, un catorce de abril es un día cualquiera… pero cada uno tendrá su fecha particular donde se sumarán todos los miedos si vive lo suficiente para experimentar ese infierno condensado que no es otra cosa que la pérdida, la ausencia permanente, de lo que brindaba felicidad y se daba por sentado. Puede ser una persona amada, un proyecto, un trabajo, un capital o la salud misma… Para unos, un infierno. Para otros, solo pruebas de la vida a superar.
Hay frases redentoras como esta de Hecatón: «La felicidad no es algo que se busca, sino algo que se construye». Pero construirla de tal modo que otros no puedan destruirla. Y de Marco Aurelio en: «La mente que se eleva por encima de todas las dificultades tiene la fuerza de una roca inquebrantable».
Al final de cuentas solo somos dueños de los momentos y los recuerdos resultantes. Entrar al infierno es una posibilidad que nos persigue a todos. Salir de allí, una enorme tarea para titanes. Para concluir, Antonin Artaud nos recuerda que algo positivo quedará de todo pasaje a través de ese lugar infernal: «No hay nadie que haya escrito jamás, o pintado o esculpido, modelado, construido, inventado, a no ser para salir del infierno».

Autor del libro sociopolítico La Tríada II en Librería Cuesta.
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