
Por Nicolás Arias.
La República Dominicana enfrentó recientemente un apagón eléctrico nacional que puso a prueba no solo la capacidad técnica del sistema, sino también el nivel madurez, inmadurez, coherencia e incoherencia política del liderazgo nacional. Mientras los circuitos caían, el comportamiento institucional fue atinado ante la opinión pública.
Desde el inicio de la avería, el Ministerio de Energía y Minas, bajo la dirección de Joel Santos, asumió un rol comunicacional responsable, ofreciendo actualizaciones periódicas y evitando con ello el vacío informativo que históricamente alimentó rumores y desconfianza. Esta estrategia de transparencia impidió que se instalara la incertidumbre y permitió que la población entendiera, paso a paso, cómo avanzaba la recuperación del servicio.
Sin embargo, mientras las autoridades priorizaban lo técnico y la información verificada, un sector de la oposición optó por una respuesta inmediata, emocional y políticamente errada.
Figuras como el expresidente Leonel Fernández y dirigentes como Francisco Javier García y Charlie Mariotti difundieron mensajes que, lejos de aportar soluciones, buscaron activar la tensión social en medio de una situación que exigía prudencia y sentido de Estado.
No quisiera entrar en detalles sobre las acciones realizadas durante los gobiernos encabezados por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD); solo recordar la privatización de las tres EDE realizada por expresidente y presidente de la Fuerza del Pueblo Leonel Fernández, dividiendo la estructura orgánica del sistema. Esa decisión resultó funesta y continúa siendo una de las debilidades que arrastramos. Y lo dejo hasta ahí.
La reacción apresurada de estos líderes reflejó un modelo político anclado en el pasado, donde cualquier crisis era entendida como oportunidad para la manipulación emocional del electorado. Pero el país cambió: hoy la ciudadanía exige responsabilidad, serenidad y capacidad propositiva, no el viejo recurso del alarmismo improvisado. Ese comportamiento, más que sumar simpatías, terminó acentuando el desgaste que ya afecta a estos actores.
Mientras la oposición experimentaba un visible “apagón político”, el Gobierno mantuvo una postura coherente con los tiempos. El presidente Luis Abinader permitió que la institucionalidad hiciera su trabajo, dejando a los técnicos informar y evitando politizar la emergencia. Esa decisión no solo evidenció madurez, sino también un entendimiento claro de que la comunicación estatal debe sostenerse en la verdad técnica, no en la competencia partidaria.
Incluso en medio de debate y expectativas, es evidente que la rápida recuperación del sistema en apenas horas constituye un logro operativo importante.
La investigación de las causas del blackout deberá ser exhaustiva e incluir todos los eslabones de la cadena eléctrica: generación, transmisión, distribución, operación, personal en campo y los sistemas de protección. Ese es el camino correcto, y reclamar respuestas es legítimo, pero hacerlo en el momento oportuno y con responsabilidad institucional es lo que define a un liderazgo moderno y con madurez.
El apagón pasó, pero dejó al descubierto algo más profundo: una oposición que sigue actuando como si el país viviera en otra época. Mientras el Gobierno respondió con los técnicos y prudencia, algunos dirigentes opositores quedaron atrapados en la oscuridad de sus propios reflejos políticos. En este episodio quedó claro que la luz no solo se mide en voltaje, sino también en visión, responsabilidad y estatura de Estado.


