Por Apolinar Núñez.
Rep. Dom. -Por doquier aparece un haitiano ofertando bebidas alcohólicas, perfumes, variopintas ropas de paca.
Nuestros vecinos traen las ayudas humanitarias, las donaciones que les envían los países industrializados y nos las venden a precios que nos cautivan.
Las ferias en la zona fronteriza no son sus lugares predilectos para mercadear sus contrabandos.
Prefieren las calles de nuestras ciudades, los callejones de nuestra ruralías para comercializar los productos que exhiben como pequeños trofeos y sobre los que no pagan impuestos porque los transportan dando saltitos por el Masacre o en guaguas o camionetas llenas de coloridos que accesan a la carretera internacional con apoyo logístico de pundonorosos militares necesitados de elementales sobornos.
En estos tiempos difíciles para nuestros comerciantes, en estos días de puntuales sequías financieras atosigantes que obligan a continuos cierres de operación de pequeñas y medianas empresas duele que nadie penalice ese tráfico ilegal de mercancías.
Tanta “liberación arancelaria”, tanto contrabando, tanta ilicitud debiera enfrentarse con severidad y con prontitud aunque se tenga que armar un escándalo diplomático o que atrapar a más de un narcotraficante, a más de un general, a más de un político amantes de perversidades.