Editorial Semanario Camino.
Niurka era enfermera. Caminaba con sus dos niños por la carretera de Monte Adentro, Santiago, y un joven que iba haciendo piruetas en su motocicleta, la chocó, y ella murió a los pocos días.
Pudo salvar a sus niños, gracias a su instinto de madre, porque al ver el peligro los empujó hacia la cuneta para evitar lo peor, Subely, ingeniera de profesión, pertenecía al Coro Espíritu Santo. Era joven, llena de vida y con futuro prometedor. Mientras caminaba, un delivery se subió a la calzada por donde ella venía, la chocó, cayó en la calle y un carro la atropelló.
Albert Vásquez era estudiante del Colegio Padre Fortín, de Santiago. Tenía 15 años. Cuando cruzaba la avenida Juan Pablo Duarte, para integrarse al equipo de fútbol de su centro educativo, vino un delivery en vía contraria, lo impactó, causándole graves daños, y dos días después murió.
La lista de estas tragedias ocurridas en Santiago es larga. Frente a estos hechos, nos preguntamos: ¿Hasta cuándo estos jóvenes empleados de farmacias, colmados, supermercados… seguirán siendo el tormento de nuestras calles? Ellos no respetan las luces del semáforo, corren a velocidades excesivas, aparecen de repente por cualquier esquina, desafiando la muerte.
En nuestro país, la falta de orden es una rutina, se ha vuelto un estilo de vida. La debilidad de nuestras instituciones es su mayor protección.
Llegó el momento de frenar la carrera loca de estos mozalbetes dedicados a prestar servicios a domicilio. Los dueños de los centros comerciales que los emplean, no pueden permanecer indiferentes frente a estos excesos.
Deben tener mayor control sobre ellos.
Hay que evitar que más familias continúen sufriendo el dolor permanente y la tristeza en el alma cuando pierden a uno de sus hijos por la irresponsabilidad y complicidad de quienes tienen en sus manos terminar con estas desgracias.