Opinión

Bolsonaro: palabra, obra y omisión

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Por Luis Córdova .

Rep. Dom. -Su elección no sorprendió a nadie. Era un ganador a luces: más que la capitalización inteligente de la agresión física de la cual fue víctima (una puñalada en medio de un recorrido), la captación de la atención fijó y dividió el electorado, aún antes del escenario empezar a definirse y proyectarse en las encuestas.

Jair Messias Bolsonaro asumirá el próximo el 1 de enero de 2019 la presidencia de Brasil. Atrás quedó una campaña electoral muy tensa, muy violenta: la confirmación de que ideologizar la dirección de la cosa pública termina complicándolo todo.

Se inicia la recomposición de la oposición frente a una figura que ejercerá el poder con prioridades muy determinadas y respondiendo a una lógica social diferente a la que ha sido la tradición brasileña. Una cultura política muy distinta a la mayoría de las democracias de las Américas, donde hemos visto se privilegia el verdadero consenso sobre el conflicto.

Del impeachment a Dilma Rousseff, pasando por el gobierno calificado de “débil” de Temer y la ambivalencia en las opiniones de los que tuvieron un rol de primeria línea en la destitución de la presidente y la apertura a los procesos judiciales; debe conformarse un nuevo liderazgo político que diste de las excusas.

Jair Bolsonaro, militar de reserva al que la campaña presidencial lo encontró en su séptimo mandato en la Cámara de Diputados brasileña y que ha militado en nueve partidos del sistema. Inició como concejal en 1989 y para 2014, fue el diputado federal más votado en el estado de Río de Janeiro. En 2017 el Instituto FSB Pesquisa lo eligió como el parlamentario más influyente en las redes sociales.

Sus tres hijos son políticos: Carlos (concejal de Río de Janeiro por el Partido Popular), Flavio (diputado estatal de Río de Janeiro por el Partido Social Liberal), y Eduardo (Diputado Federal más votado en la historia electoral de quienes busca una repostulación, milita en el Partido Social Cristiano). También su hermano Renato Bolsonaro ha participado activamente en política.

En su vida pública la palabra, la obra y la omisión lo premian o lo condenan. En su lógica la minoría debe subordinarse a la mayoría. Los grupos de indios, afrodescendiente y homosexuales, no deben imponerse sino reconocer su tamaño como grupo y las condiciones de “diferentes”. Entiende que las calles es para la gente de bien y está fuera de discusión que deben ser erradicado el miedo y la delincuencia: priorizando la vida del policía al del presunto delincuente, en cualquier escenario de violación a la ley. Cree que la tortura es un recurso, un medio. Con tesis tan arriesgadas fue candidato y ganador.

En sus primeras alocuciones como presidente electo ha cambiado. Se define como garante de la constitución, las libertades y quiere un Brasil unido, con espacio para todos (los nacidos dentro y fuera del territorio brasileño): ¿del ultranacionalista a un moderado? Lo que dijo, lo que dice y lo que hace irá buscando las respuestas de un, hasta cierto punto, incierto futuro.

Entender el proceso electoral de Brasil es una tarea interesante, una realidad que debemos ver. Es la quiebra de un pacto costoso por mantener una democracia disfuncional, financieramente insostenible. Significa el abandono de un camino, tortuoso pero conocido, de lo “políticamente correcto”, quizás el inicio de pagar las omisiones de las tareas pendientes. Mientras armamos pretextos calificándolo de “fenómeno”, otros se solazan en que es la resulta del hartazgo, las deudas acumuladas, la hipercorrupción administrativa y la inseguridad que empujan, precipitada e irremediablemente, a “votar por el otro”.

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