Por Luis Córdova
Rep. Dom. -”Compañeros”, “compatriotas”, “camaradas”, “hermanos”. Toda una nomenclatura con significantes cargados de prejuicios más que visos ideológicos.
Vimos el ejercicio político de mediados de siglo pasado llegar a los albores de un nuevo milenio con un dejo de inocencia camuflada de “esperanza”. El universo de los afectos configuraba una suerte de familia grande, con identidades más o menos sólidas.
Los que trascendían la barda y se convertían en “militantes”, junto a los más osados que, auto proclamándose dirigentes, equiparaban el tamaño de su ego a lo minúsculo de su incidencia en sus entidades partidarias.
Los duros años de los regímenes de fuerza, la díscola oposición y la exacerbada mitificación de las guerrillas por el mundo, configuraron y fomentaron un compañerismo que trascendía las fronteras de lo meramente institucional. Se conocían entre sí.
Se asociaron en quimeras, lograron conquistas, se abrazaron en las derrotas. Porque a fin de cuentas eran “compañeros”, en el sentido más exacto de las acepciones que nos ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “persona que se acompaña con otra para algún fin”.
En esencia el fin, hacia afuera, era la “diferenciación”. Caracterizaciones constantes, perceptibles aptitudes aún en ciernes, respuestas un tanto determinadas ante los estímulos de ataques. A lo interno: la solidaridad. Entonces el ejercicio de lo criollo imperó: se hicieron compadre, otros hasta formaron hogar.
Las tendencias globales nos impactan, nos sacuden, nos transforman. La profesionalización de la política, la transversalidad, la exaltación de ciertos tipos de corrupción hace que los “fines”, comunes y pactados, se reduzcan a la conveniencia particular. Aún dentro de las sombrillas partidarias los “ismos” suceden a personas, ya jamás a la entidad.
Nada extraño. El vaciamiento, que nos ha señalado Zygmunt Bauman, nos demuestra de qué preferimos estar “llenos” en medio de la “modernidad líquida”.
Claude Lefort, en “La incertidumbre democrática”, nos hizo el favor de definirnos de manera más clara el problema: “lo «político», a diferencia de «la política» remite a la forma en que se articula el ser común”. Hoy la definición de eso “común” que nos une, ha sido relegada a un ítem de la larga lista de tareas pendientes.
En estos días finales del año, uno que no es ni pre, ni electoral, consumimos discursos, proclamas, espectáculos y promesas. La sorna, venida en códigos cada vez más descifrables, con metáforas débiles que no emocionan ni provocan el pensar… nos revela que a pesar del abrazo y la foto, a pesar de los tribunales decidiendo suerte, posesiones y liderazgos… de uno y otro, entre los unos y los otros…. El gran problema en los partidos políticos nuestros, parece ser, es que sus miembros han dejado de ser compañeros.