Por Luis Córdova.
Rep. Dom. -Extendida en promesas, la vida, va ayuntando la muerte. Por un tiempo la agónica proyección de los días venideros nos va cuadriculando la existencia, nos desplazamos con tal simetría como si nuestros proyectos vitales fueran barritas de un Tetris, en la que una pieza ha de encajar en vertical coherencia con otras para así ganar, avanzar.
En el otro extremo, hay quienes se abandonan a la suerte, a construir presentes según se dispongan las circunstancias, un azar sin dudas mucho más complicado que el videojuego de referencia.
A unos cuantos días de un nuevo año, es imposible la reflexión, la incertidumbre, el sobrecogimiento de la preservación de lo que amamos y dar el valor justo a lo que hemos perdido. El origen de estas angustias nos la explicó Fernando Savater: la diferencia entre el hombre y el animal es que éste se muere y el hombre sabe que se va a morir, entonces sufre por ello.
No solo es el cambio de fecha, el calendario espiritual nos hace apreciar el tiempo. La cultura sale. No ha sido fortuito que pensemos así, le tememos a la libertad, extrañando las cadenas.
El venidero 2019 debe ser mejor. Porque en el nuevo año debemos ser mejores.
Uno de los rituales de la cultura japonesa para la llegada del Año Nuevo es que la medianoche del 31 de diciembre los templos budistas hacen sonar las campanas por ciento ocho veces. El tañer de las campanas representa el número de pecados que amenazan nuestras almas según el budismo.
Aunque es preciso asirse de lo que se cree, a la distancia de la religión, nos motiva el que a pesar de la celebración, en medio de un templo y ante sus iguales, se reconozca la debilidad y la acechanza de la distracción. Desde el punto de vista religioso se reconocen como un pecador que necesita el auxilio de la divinidad para ser liberados de la carga que provoca resistirse a la tentación de 108 deseos (pasiones terrenales) que se disipan con cada golpe en la campana.
Desde esta insularidad, el reflejo de las aguas caribes nos ofrecen una versión más humana: el propicio el momento para reconocer que somos débiles, que en unidad podemos lograr metas con mayor efectividad, que las distracciones al objetivo existen y que debemos escuchar la campana que ahuyenta lo malo, haciéndonos consciente.
Sin más templo que el interior de nosotros mismos, con fe en el porvenir: el 2019 puede ser mejor.