Por Lic. Eléxido Paula.
El manifiesto del 16 de enero de 1844, la independencia nacional, marcada por las luchas heroicas de sus protagonistas; la epopéyica guerra de la restauración y demás guerras libertarias libradas para evitar ser colonia de imperios nos dan el aliento, el tesón, la gallardía, la valentía y el arrojo de retomar el amor por la patria que forjaron todos aquellos titanes, que renunciando a todo interés particular y privilegios de la época, fundaron bajo enormes sacrificios y filantropías la patria que todos decimos soñamos.
La patria de Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, Caamaño, Rafael Tomás Fernández Domínguez, entre otros, atraviesa en la actualidad por una involución e inflexión de su identidad, de su soberanía, de sus principios y de su libertad plena; de su estado social democrático y de derecho y de su honor y decoro que nos dejaron como legado nuestros independentistas, restauradores y legendarios hombres y mujeres desde las trincheras más difíciles y temibles en las que estos estuvieron envueltos.
Nuestra patria es grande, inmensa, extraordinaria, pues en la mayoría de sus ciudadanos prevalece la solidaridad, la hospitalidad y amor a su terruño. Sin embargo, históricamente grupos enquistados en el poder político: desalmados, extorsionadores y corruptos, apadrinados por sectores empresariales, oligarquías económicas e intelectuales sirven de comodín a aquéllos, pues simplemente han diezmado y extirpado esta hermosa patria. Estos grupos han alienado, envilecido y adormecido a los sectores más empobrecidos aplicando desde el poder medidas asistencialistas y paternalistas como todas aquellas que han tomado los gobiernos del PLD y que le han dado pingues beneficios.
El proyecto nefasto de esos grupos de poder político y económico es tener bajo obediencia ciega e incondicional a los más pobres para evitar que estos se rebelen, exacerben y luchen por sus propias causas.
Ciertamente, todos o la gran mayoría soñamos y anhelamos una patria libre de corruptos y corruptores, de lacayos y traidores. Que la justicia no esté secuestrada ni sea servil al poder político. Que la constitución no sea un traje a la medida para que políticos perversos se sirvan de ella, que al llegar a la presidencia de la República después de un primer período se sienten dueños, señores y amos; se sienten mesías y pequeños dioses que quieren triturar, retorcer y destruir la institucionalidad, la democracia y el propio juramento trinitario bajo el pretexto de reelegirse o repostularse.
Nuestra patria es hermosa, pero los que decimos que la amamos de verdad tenemos que asirnos de una fuerte coraza para liberarnos de quienes con sus viles actos la destruyen diariamente. Esta ínclita patria debemos levantarla todos, hombres y mujeres, que tal vez nos hemos circunscrito a nuestros intereses particulares e individuales obviando el interés colectivo, el bien común y la solidaridad.
Debemos involucrarnos, como buenos y ejemplares ciudadanos en la vida política para desde una determinada función pública servir con decoro, honor y dignidad a esta patria, virtualmente adormecida y conservadora. Vemos que muchos estudios de opinión reflejan pesimismo y desconfianza en muchos políticos y la mayoría de los funcionarios de la presente administración. La patria es y les pertenece a sus más consagrados ciudadanos que se desviven y luchan por su real soberanía e independencia.