Opinión

El periodismo, el periodista y la ética

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Por: Rafael A. Escotto.

“La justicia, como la información, son valores relacionales, que ponen en comunicación a los hombres entre sí y a cada uno de ellos con la comunidad. Y entre comunidad y comunicación hay una relación estrecha: no hay comunicación sin comunidad y no hay comunidad sin comunicación. (…) El deber del informador consiste en dar a cada uno la información porque es suya. El acto informativo, que es el acto propio del deber de informar, es así, fundamentalmente y entre otras cualidades accidentales, un acto de justicia” José María Desantes.

En una breve reflexión de Miguel Franjúl publicada el 5 de abril con motivo del Día del Periodista, el distinguido escritor banilejo y Director del periódico Listín Diario, nos deja varado en medio de una gran tribulación espiritual que afecta nuestra lógica deductiva cuando el prestante comunicador advierte que el oficio del periodismo debe ser “entendido como un servicio público y como una vocación”.

Pienso que el hoy director y príncipe de la prensa nacional, un periodista de largo ejercicio, cuando señala que el servicio del periodista debe “entenderse como una «vocación”, nos obliga como articulista de opinión al penetrar en el juico emitido de Gabriel García Márquez en que el periodismo es la mejor profesión, a pesar del poco prestigio de que gozan en general los periodistas, como nos recordara la profesora de periodismo chilena María Elena Gronemeyer Forni, doctora en comunicación social, egresada la de la North Carolina University Chapel Hill, Estados Unidos de América.

El flamante comunicador, miembro distinguido de la elite del gran empresariado de la comunicación nacional, quiso dejar establecido, a manera de doctrina, en la conciencia de los comunicadores desde la holgada posición que ocupa en el otrora prestigioso matutino Listín Diario, que el periodista debe estar inspirado, como si se tratara de un llamado de Dios, a ejercer su oficio con absoluta consagración, tratándose de que esta actividad es la que más cerca está de un sacerdocio.

Ahora bien, si logramos comprender la «angustia« de Miguel Franjúl, en medio de esa preocupación en la que está inmersa la humanidad, emocionalmente situada en el centro de una enorme turbulencia de trascendencia social y de cambios a los que está expuesto su idealismo y la acción conocida como «consagración«, de la cual el periodista no tiene control sobre las mutaciones que se presentan, en la que el ser humano es un sujeto pasivo, sin identificación denominativa y, por tanto, carente de poder dominar su propio destino o contexto, tenemos que cuestionar a qué él llama «consagración«, escrito con mayúscula, después de que en su caso Franjul ha logrado exitosamente convertir el pan en vino, como si se tratara de un sacerdote ante el santo sepulcro e la misa.

Ahora bien, qué le contestaría un periodista como Lázaro Ramos a Franjúl o cualquier otro en igual situación, que tiene que sentarse frente a un computador a producir, en medio del gran desorden moral en el que se encuentra el planeta, para poder supervivir y prestar su pluma y su talento para que un seudoperiodista se pavonee ante la sociedad presumiendo de tal, que se entregue con apego a lo que exige la filosofía moral que tiene que ver con obrar bien, con ética, bajo la luz del discernimiento, sometiéndose a la ley natural, que le dicta lo que es conveniente de acuerdo a su propia dignidad y a su propia naturaleza.

Habría que aceptar que el periodista, como parte de la humanidad, se enfrenta al dilema de si debe someterse a ejercer su libertado moral, a tomar conciencia sobre su propia responsabilidad y a crecer como ser humano o si por el contrario, debe hacer lo que no debe o lo que está fuera de la ética.

Tenemos que admitir que la humanidad hoy día está sometida a las fuerzas de agentes externos que aparentemente están separados de las esencias de lo que son las sociedades. Esos agentes, económicos, políticos y de otra naturaleza, se manifiestan y se desarrollan desde el exterior e imponen, por su poder o fuerza, formas y estilos de vida y de pensamiento que chocan frontalmente con las idiosincrasias de las externalidades.

El periodista en los países pobres de la periferia alrededor del mundo está influenciado por su entorno y muchas veces responde al peso y a las coacciones psicológicas que ejercen sobre él los sistemas políticos y el poder económico de las clases dominantes. Este tipo de periodista movido por razones socioeconómicas y de supervivencia se ve compelido a claudicar de sus principios éticos y a producir para los intereses hegemónicos.

En esta clase de «entreguismo contractual, semi contractual o inalámbrico«, como diría la vieja izquierda dominicana, al cual se somete por vía de las imposiciones, por insinuación directa o indirecta o por su propia voluntad, las necesidades del propio comunicador le impulsa a darse por vencido por temor al fracaso como profesional de la comunicación o en última instancia, como una manera de sobrevivir en un ambiente donde hay una competencia brutal y caótica por la lucha de espacios y de oportunidades.

Plantea la distinguida catedrática de la Pontificia Universidad Católica de chile, que el amor a un periodismo de calidad se sustenta en una fuerte valoración de la verdad y un profundo anhelo de libertad y de justicia. Esa vocación de servicio público y de consagración a la que alude el señor Miguel Franjúl debe estar guiada por principios éticos de la profesión que tiene sus orígenes en nuestra cultura occidental y en la ortodoxia de la vida así como en las enseñanzas aprendidas en las academias.

No debo terminar este trabajo sin traer a estas páginas una frase de la destacada periodista madrileña y autora del libro, Dime quien soy, Julia Navarro, que le podría interesar al inestimable director del Listín Diario, veamos:
«Tengo un defecto gravísimo para el ejercicio de mi profesión. Creo que el periodismo es un servicio público donde debe primer la verdad y no los intereses de los políticos, de los empresario, de los banqueros, de los sindicatos o del que me paga«.

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