Por Luis Córdova.
La llamada que hizo Fidel Castro a Hugo Chávez en la mañana del 14 de abril de 2002, cuando el venezolano estaba en prisión, levantó muchas especulaciones, que se mantendría a pesar de la transcripción que hiciera la prensa cubana de la misma.
Una de ellas es el emblemático “no te mates”, que supuestamente dijo el líder cubano. A pesar de no parecer cierto, porque no está en las versiones más difundidas de la conversación, se le ha otorgado un grado de verdad tal que, ya muerto los dos, se deja por sentado.
No fue dicho, pero pudo ser un buen consejo.
Para los latinoamericanos la muerte es parte cotidiana de la vida. Los muertos nos hablan, hacen “asomos”, se presentan en sueños para guiarnos cuando los caminos se entrecruzan y nos significan códigos que se traducen en números para quienes persiguen el azar.
Los políticos, sean consagrados o neófitos, se proyectan (y se angustian en ello) en los que “pudieran ser”, antes de ocuparse de la conciencia de su realidad, de sus limitaciones o sus potencialidades.
La premura de los políticos de nuestra América, aun aquellos que tienen gran formación intelectual, prefieran posar ante los estantes de libros a sacar el espacio para volver o iniciar lecturas, abandonarse a la introspección de meditar. La carrera es muy demandante. Los datos urgen, las decisiones, el proselitismo. Gobernar. Seguir gobernando. El despoder y su reacomodo. Intentar volver. Volver. Seguir siendo…. un círculo del que jamás se quiere o se puede salir.
Alan García fue dos veces presidente de Perú. El abogado, orador y político Aprista había volado desde Madrid a Lima para enfrentar los cargos que según él eran absurdos. Se calificaba a sí mismo como “el político peruano más investigado de la historia”, en referencia a las denuncias de corrupción de sus gobiernos de 1985-1990 y 2006-2011.
La confianza de haber salido airoso de esos escarceos le hizo confiar en que las acusaciones de recibir el pago de una conferencia dictada en Brasil, mediante una transacción no del todo clara según las autoridades que le investigaban.
Mientras las notas y declaraciones, a favor y en contra se sucedían, el tribunal de la opinión pública preparaba su sentencia. Su voz repetía “otros se venden, yo no”, pero quien decidió comprar verdades en rebaja ya tenía su juicio, al igual que aquellos que creyeron en su inocencia.
La noche anterior a su muerte había estado impartiendo docencia en la universidad. Debió estar enterado de que en horas de la noche se produjo la orden de su captura.
Las llamadas telefónicas y pensar que había llegado el momento de la carta, la nota escueta sentida y amarga que había escrito cinco meses antes según el testimonio de su secretario personal Ricardo Pinedo.
Antes de las siete de la mañana tocaron a la puerta policías y un representante del ministerio público, según versiones de los escoltas del expresidente mintieron diciendo que se trataba de una inspección y no de un arresto. Una vez dentro, comunicaron la orden a la escolta García.
La silueta de un hombre subiendo unas escaleras, con la certeza de que no había otra oportunidad para salvar su honor, empuña lo que parece un arma. No se distingue en el video pero el disparo que penetra la cabeza del líder centroizquierdista pasa a la historia como una dolorosa efemérides peruana: la mañana del 17 de abril de este 2019, un suicido por arma de fuego puso fin a la vida de Alan García.
La muerte, siempre, es una lección. Al margen de la causas y las particularidades de este caso, nos invita a reflexionar sobre la acción política, de hasta dónde nos vamos involucrando en actos moralmente comprometidos, sin saber diferenciar el trigo de la paja y caminando a ciegas entre las virtudes morales, ignorando la brújula política.
Platón, abordando la muerte de Sócrates mediante la cicuta, no la considera un suicidio sino un acto de valentía ante las leyes de la Polis de Atenas. Describe en sus leyes como un modo legítimo esta forma de terminar los días terrenales: “hablo del que se mata a sí mismo, privándose violentamente de cumplir una parte de su destino, sin que se lo mande en justicia la ciudad ni se halle forzado por haberle incurrido en una ignominia para la que no haya remedio ni paciencia posibles”.
El suicidio acecha en diversas formas.
Los políticos lo saben.