Opinión

Julia de Burgos en la Feria del Libro

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Por: Rafael A. Escotto.

Al poeta santiagués Luis José Rodríguez Tejada.

Aun en la sociedad digital las páginas de un libro son como las hojas sueltas de un árbol lujuriante que vuelan y al caer en las manos generosas y exquisitas de un lector siente la palpitación profunda de una vida. El escritor y poeta español José María Toro, haciéndose eco de un libro «La sabiduría de vivir«, escribió un poema titulado: «Las hojas no caen. Se sueltan«

Quiero lanzarme a este abismo otoñal
que me sumerge en un auténtico espacio de fe, confianza, esplendidez y donación.
Sé que cuando soy yo quien se suelta,
desde su propia consciencia y libertad,
el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.”

Y, yo diría, que las hojas de un libro después de leídas caen profundas en sabiduría en el fondo de nuestro cerebro como un gesto supremo de generosidad.

La lectura de un texto es vitalidad que transforma nuestras vidas espirituales de la escasez a la fertilidad literaria y de la cultura. En esta nueva floración nos aferramos intensamente a sus páginas, como las hojas al árbol que luchan contra la aterradora brisa evitando soltarse de su primoroso tallo.

Llegamos al título del libro en seducción, hojeando páginas tras páginas de su voluminoso cuerpo. Entones, decimos al estilo de Julia de Burgos:
Nada me dice tanto como tu nombre
repetido de montaña a montaña
por un eco sin tiempo que comienza en mi amor y rueda hasta el infinito…

La placidez que produce leer un libro a orillas de un arroyo de aguas dulces y cristalinas sintiendo sutilmente sus caricias y frescura en nuestros pies descalzos. La lectura de un libro en la plaza, en un rincón del hogar o frente al mar crea una sensación de paz deleitable en el interior de nuestras esencias.

Con un libro sobre mis rodillas después de un descanso breve en medio de un frondoso bosque y el riachuelo que existe en la posmodernidad y pasa haciéndonos muecas de ofrenda. Oigo una voz encantadora de poeta que parece venir desde las profundidades de aquellas mágicas aguas que declama:
Yo fui estallido fuerte de la selva y el río,
y voz entre dos ecos, me levanté en las cuestas.

De un lado me estiraban las manos de las aguas, y del otro, prendíanme sus raíces las sierras.

Cuando mi río subía su caricia silvestre
en aventuras locas con el rocío y la niebla,
con el mismo amor loco que impulsaba mi sueño, lejos de sorprenderlo, me hospedaba en las sierras.

En ese estado de armonía abro mis ojos y veo flotando alegremente sobre aquellas aguas unas lilas y me dijese: «En algún lugar he visto esas inconfundibles lilas deslizarse llevando el discurso de la vida, la libertad y el misterio sobre las páginas sueltas de un libro de poemas«.

En un stand en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, le pregunto a Julia de Burgos sobre las lilas lejanas y ella me responde, escucho su voz:
Apacible de anhelos, cuando el mundo te lleve, me doblaré el instinto y amaré tus pisadas; y serán hojas simples las que iré deshilando
entre quietos recuerdos, con tu forma lejana.

Atenta a lo infinito que en mi vida ya asoma,
con la emoción en alto y la ambición sellada, te seguiré por siempre, callada y fugitiva, por entre oscuras calles, o sobre estrellas blancas.

Altamente satisfecho del poema de Julia de Burgos, quiero seguir explorando sobre el misterio de las lilas y le pregunto a Víctor Hugo no por el incendio de Notre Dame sino por su poema a Francina con lilas llenas de agua, que me descodifique el enigma de esas flores que andan el mundo y que mis ojos vieron:

Con lilas llenas de agua,
le golpeé las espaldas,
y toda su carne blanca
se enjoyó de gotas claras.
Corría, huyendo del agua,
entre los rosales granas.
Y se reía, fantástica.
La risa se le mojaba.
Con lilas llenas de agua,
corriendo, la golpeaba…

A la salida de la Feria del Libro me encuentro con Luis José Rodríguez Tejada, de su lado la poeta puertorriqueña Julia de Burgos. Y con afecto les saludo. Julia tiene unos girasoles en sus manos, Yo le pregunto a Luis Jose: «Poeta, no quiero terminar este encuentro sin un fragmento de su poema «Ojos Luz piensan las lilas«
Las lilas absorben el sencillo canto
De los grillos y se lo dan al sol.

Pero nada. Después de la risa
Y el amor, el rostro de la angustia
las lágrimas conocidas del habitante
sensible al frio y al calor,
a las innovaciones tecnológicas,
el orgullo del TVG Dijon – Lausanne,
Dicen las lilas:

Para Susana el pintalabios
de la boutique de Juana,
La argolla africana
des Champs –Elysées
Las cacerolas inglesa, la plancha
serbia, la capsula para calmar
El dolor.

Pero nada, después del dolor, la lluvia
y la risa, el verde de la tarde los grillos
y los trillos de estos días de soles acorralados, nubarrones de las comarcas blancas y negras como buzones rayados,
los aletazos del mar muerto, las corrientes pasionales; temblorosos cálculos, fallas y fallos con el olor de la anestesia.

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