Opinión

Réquiem para Doña Minucha Pezzotti

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Por: Rafael A.Escotto

«Las cosas que mueren jamás resucitan/las cosas que mueren no tornan jamás/ ¡Se quiebran los vasos y el vidrio que queda/es polvo por siempre y por siempre será!/.

Cuando los capullos caen de la rama / dos veces seguidas no florecerán/ ¡Las flores tronchadas por el viento impío/ se agotan por siempre, por siempre jamás/

¡Los días que fueron, los días perdidos/ los días inertes ya no volverán! / ¡Que triste las horas que se degradaron / bajo el aletazo de la soledad/.

¡Qué triste la sombra, la sombra nefasta /las sombras creadas por nuestra maldad! /¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas/ las cosas celestes que así se nos van!/«.

Alfonsina Storni se fue para siempre a reposar en el balneario La Perla, Argentina. Allí escribirá poesías sobre las mansas aguas del arroyo. Según escribiera Alberto López, «la relevancia artística de una mujer que renegó de serlo«.

Día ante de la partida de doña Minucha Pezzotti de Luna el viento que suele resonar golpeando la montaña durante el crespúsculo produciendo un silbido de una sonoridad tan encantadora, en forma de una voz de una deidad, se propagó refinado por todo el hermoso valle del Cibao.

Una bandada de pájaros de cantos sublimes y alegres y de cacatúas se vio planear libre con su pluma divina, amarilla y verdes, sobre el Monumento a los Héroes de la Restauración.

Aquel maravilloso espectáculo acrobático, entre cantos y vuelos de aves, era algo así como el presagio de un último vuelo que se le hacía a una artista antillana del micrófono y la expresión.

Allá en lo lejos se oyó el cese de las campanas de Federico García Lorca, en la torre amarilla, sobre el viento amarillo, Se escuchó el rumor del viento, el murmullo de la fuente. En ese estado de ofuscación, diviso un extraño pájaro color ceniza sobrevolando las noches.

A todo esto, despierto de aquella pesadilla, un tanto atemorizado y somnoliento. Me siento frente al computador que está en mi habitación e intento escribir un trabajo sobre la sorprendente fugacidad del mes de mayo y no alcanzo a organizar mis ideas.

Aquel pájaro color ceniza sobrevolando las noches había fijado su figura espeluznante en mi mente. Sabía que su imagen presagiaba que algo súbito pasaría. La noche zumbaba como un torbellino, los techos de zinc de las casas crujían y los aullidos del viento atemorizaban los perros. Aquella escena parecía una película de terror.

Vuelvo y me hundo de miedo en mi cama, me arropo de pies a cabeza, aun así el pájaro que volaba las noches no me dejaba dormir porque, según la leyenda, cuando el ave se asienta sobre el tejado de una casa es porque va a ocurrir alguna muerte.

Lejos estaba yo, en medio de mi desasosiego, en una noche de desvelo me pongo a leer a Neruda, Mientras leo el poema, «Solo la muerte«, me imagino en una tumba de huesos sin sonido, el corazón pasando el túnel, oscuro, oscuro, oscuro, como un naufragio, como irnos cayendo desde la piel del alma.

Abandono la lectura y abro el computador nuevamente y es cuando me entero que doña Minucha Pezzotti de Luna había muerto.

Entonces tengo una percepción: veo a Ramón de Luna leyendo un poema que en mi fantasía pienso lo escribió Minucha cuando ella iba creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia, al decir de Pablo Neruda,

Qué mejor que traer a esta despedida el poema «Recuérdame« de David Harkins, que doña Minucha Pezzotti, la ilustre locutora santiagués, hubiese querido escribirle a su esposo «cuando su cama navegaba a un puerto en donde (la muerte) estaba esperando, vestida de almirante

«Puede llorar porque se ha ido, o puedes /sonreír porque ha vivido/ Puedes cerrar los ojos / y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado / tu corazón puede estar vacio / porque no lo puede ver / o puede estar lleno del amor/ que compartisteis / Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el / vacio y dar la espalda / o puede hacer lo que a ella le gustaría / sonreír, abrir los ojos, amar y seguir/«.

Paz a su alma

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