Opinión

Danilo y Leonel: El orgullo no admite nada superior a ellos

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Por: Rafael A. Escotto

«El orgullo y la ambición serán siempre una barrera entre el hombre y Dios; son un velo corrido ante los celestes destellos, y Dios no puede servirse de los ciegos para dar a comprender la luz«. Allan Kardec

Se dice que Hefesto era una figura tan fea y de tan caricaturesca casta que Hera, la esposa de Zeus, se sintió mortificada por haber dado a luz una personalidad tan desagradable y terminó arrojándolo del Olimpo, cayendo durante nueve días y nueve noches, hasta el mar donde fue recogido por dos diosas del mar – según cuenta Homero en la Ilíada –, y lo cuidaron en la isla de Lemnos y allí creció hasta convertirse en un maestro artesano.

Mientras el pleito político entre el expresidente Leonel Fernández y el presidente Danilo Medina no era más que un débil y fino humo que salía de un montón de hojas humedecida, no se esperaba que ardiera; no había posibilidad de que se convirtiera en una gran hoguera y de ahí en un fuego que amenazara con incendiar todo el prado y transformar el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en una organización de damnificados devastados por las llamas de la discordia atizada por la codicia política y la dominación.

El fuego que se ocultaba debajo de aquella pequeña y ligera humareda fue lentamente avivándose con el soplo de la brisa que excita desde los extremos de la locura expulsada desde los pulmones inflados de los sustitutos de Hefesto en la República Dominicana, los dioses mitológicos del fuego y la desunión de la política criolla,

Ambos líderes –Leonel y Danilo – están enseñando el rostro feo de la desunión; el fuego que quema y que calcina la fuerza que nazca de las sociedades de los partidos políticos.

Y, yo parado en medio de la nada contemplando azorado la escena de fuego, leo a Eduardo Galeano y el fuego que amenaza la pradera. Y me dice una extraña voz, que hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.

Me pregunto: ¿Quiénes son estas dos personas de fuego que al mirarlos mis ojos parpadean?

Una voz del viento me responde: «Ellos son hijos del volcán que están tratando de arrojar lavas sobre el pueblo y lo hace huir aterrorizados«.

Entonces, detengo mis pasos de miedo a orilla de un barranco y veo burbujear allá abajo, en el lago de fuego, al PLD y con él a un grupo de zánganos de otros partidos quemándose entre la reelección de uno y la supuesta contra reelección del otro. Ambas visiones no son más que una imagen mental engañosa provocada para crear una falsa percepción.

Al parecer, todo el liderato nacional ha entrado en una locura aterradora tratando de lograr, por un lado, mantenerse en el poder y otro sector, dentro y fuera del partido de gobierno, que le miente proyectando una idea contraria a la reelección cuando en realidad casi todos históricamente han sido reeleccionistas y siempre lo serán.

Aquel fuego que arde en los predios de un partido, como el PLD, del cual no se esperaba tantas ambiciones, habrá tribulaciones y angustias para sus almas por no haber obedecido a la verdad, como vaticina Romanos 2:8. Eso no es, – quizás -, lo que quieren los dominicanos, no obstante, los excesos de zozobras a que ha sido expuesto el pueblo lo lleva inevitablemente a sentir frente al PLD y a los demás partidos la mortificación que afligió a Hera, que lanzó a hijo Hefesto al Olimpo, a éste por feo y a nuestros políticos por codiciosos y granujas.

¡O será que el país está en presencia de una generación de políticos que nos obliga a mirar al filósofo alemán Schopenhauer, cuando dijo que «La riqueza es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da!«. Tal vez estos políticos perdieron la luz que debió llevarlos al buen camino y también perdieron la asistencia de los buenos espíritus.

En último caso, me he encontrado con una frase de la película de suspenso «Enemigo al acecho«, del director Jean-Jacques Arnnaud, que podría sintetizar todo lo que he pretendido decir en este trabajo, veamos:

«El hombre nunca cambiará. Nos hemos esforzado tanto en construir una sociedad equitativa donde no hubiera nada que envidiar al vecino. Pero siempre hay algo que envidiar. Una sonrisa, una amistad, algo que no tenemos y de lo que querremos apropiarnos. En este mundo, incluso en el soviético, siempre habrá ricos y pobres, gente con esperanza y desesperado, ricos en amor y pobres en amor«.

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