Por Luis Córdova.
Los aspirantes a cargos electivos están por todas partes: desde una misa, bautizo o funeral hasta las fiestas o eventos deportivos. Sin contar las destrezas que afirman tener para cada actividad humana, vemos su permanente exposición en las redes sociales, en todas, y fijando posición sobre cualquier tema. De este modo quedaron atrás las recomendaciones de la vieja escuela sobre “no exponerse demasiado” y que los políticos deben justificar cada paso y ganar adeptos, simpatías o humores.
La República Dominicana vive un proceso de tránsito, en las generaciones de políticos, que se acentuará de manera brutal con los resultados de los venideros comicios del 2020. La mayoría de un voto joven no es nueva, pero la determinación de la audiencia electoral en este segmento (con sus características transversales otorgadas por lo global) ha impedido la identificación genuina de los millenials a proyectos concretos.
De la lectura de las encuestas se desprende que a un segmento importante de “la juventud” le atrae “lo político” pero no “los políticos” y que la tradición de filiación partidaria se desmorona con la sorpresa de que, en levantamientos de redes, un porcentaje considerable de los dominicanos de menos de 35 años expresa que “todos los partidos son iguales”.
Mientras los partidos buscan la atención de un elector que observa todo como un “espectáculo”, donde la verdad está en Google y el presente en las tendencias del twitter o las historias del Instagram, hacer política se ha convertido en un dolor de cabeza para análogos y digitales.
Son muchos veteranos políticos que insisten garantizar plazas en las boletas electorales, “empoderarlos” mientras sean capaces de buscar votos aunque se les haga imposible acceder a estructuras de nivel medio, por lo menos en los partidos mayoritarios, la trampa de las cuotas.
El liderazgo nacional ha producido sus perfiles y el electorado ha marcado consistencia en la elección, un país que en 42 de los últimos 54 años ha sido gobernado por tres presidentes. Los modelos nacionales han sido calcados por la dirigencia media y los líderes regionales, claro que con excepcionales casos de personalidades que han marcado la diferencia, pero de esos casos nos concentraremos luego (de los extravagantes caciques y los intrépidos navegadores en olas, tempestades y mares en calma).
¿Es determinante la personalidad para impactar? La elección de Donald Trump significó la quiebra de un modelo de hacer política en el mundo basado en lo “políticamente correcto”.
En el caso dominicano, lo conservador de nuestra esfera impide que sobre figuras así se coloquen los focos de la atención nacional, por lo menos por ahora. Pero sí hemos avanzado en la tecnificación o prefesionalización de las campañas electorales.
Mientras encontramos camino el país es asaltado por asesores de todas las nacionalidades que vienen a procurarse triunfos con modelos exitosos en Latinoamérica, lo que produce en los medios locales un reacomodo; la convergencia de modos de gerencia política y administración de campañas, por un lado, provoca lo que en el arte culinario criollo llamamos “choque de sazón”, y como es obvio en algunos casos los manjares serán demandados y en otros el plato quedará, intacto, sobre la mesa.
Los modelos están como en un catálogo y se elige el que se ajuste al momento o a lo que digan “los números”. Pero romper con la tradición tarda tiempo, con la historia electoral de las preferencias y con el imaginario de poder que tiene el pueblo dominicano (los mayores y los muchachos).
Nos internamos en las “campañas” y vemos al “candidato súper star”. Es el plato tradicional pero con diferentes adobos, para continuar con el tema de cocina, pasamos del buen padre de familia, quien saca tiempo para todos y todo, quien tiene la sonrisa amable, el buen trato, solidario y parece escucharse de fondo entre los discursos la trasnochada balada de Ana Cirré que incesante señala al hombre perfecto.
A pesar de tener en común la tenacidad y la oratoria Hitler y Churchill son dos modelos de liderazgos a los que hay que volver. El humano necesita creer en algo superior, por eso inventamos dioses, las sociedades después de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, se crearon los superhéroes (Superman, Batman, Capitán América o Aquaman).
El desafío en esta ficcionada realidad es mantener vigencia sin generar apatía, estar presente sin invadir la privacidad, tener una historia que contar, tratar de mentir poco y ser honesto con su vida privada. El ojo del Gran Hermano nos vigila. Orwell entró por la puerta y no se presentó. Mientras esperamos al candidato “súper star”, el héroe que nos salvará de nosotros mismos.