Opinión

A Natividad -Nati-Peguero, in memorian

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Por: Rafael A.Escotto.

En estos difíciles momentos que estás pesando, recuerda que cuentas con el apoyo de toda tu familia y de tus amigos.

Hay muertes que al ser conocidas de repente abren un hoyo de tristeza en el alma. Esta clase de revelación conmueve tanto que llega a sentirse como los temblores en el centro de la Tierra.

Es la muerte algo así como el corazón pasando un túnel oscuro, oscuro, oscuro, como un naufragio hacia adentro, como si nos ahogáramos en el corazón, al decir del poeta Pablo Neruda.

Al recibirse la infausta de manera sorpresiva, la tristeza impacta el corazón, tranquilo con la fuerza de un meteorito. El agujero que queda en el alma humana no cauteriza inmediatamente; a veces nunca en la familia de la fenecida, en sus amigos la tristeza revolotea como la mariposa agitando sus alas sobre la flor acordándose de aquella vida que no es la vida que vivimos, es el recuerdo lo que nos descorazona.

Siempre le digo a mis amigos, como el poeta mexicano Manuel Gutierrez Nájera: «Quiero morir cuando decline el día, en alta mar y con la cara al cielo; donde parezca sueño la agonia y el alma, un ave que remonta el vuelo.»

Desprecio de la manera que muere una joven. Desdeño saber cómo muere una mariposa bajo los pies descalzos de un titán de hierro que recorre la noche sin saberla.

Confieso que desprecio ver una mariposa envuelta en ramos de rosas blancas, de claveles, de glodiolos y de crisantemos, aunque sea una costumbre las flores en los sepulcros. Prefiero ver la mariposa reir y de las flores el dulce brotar de su elixir.

Sabemos que la muerte no existe, la gente sólo mueren cuado la olvidan. ¿Cómo podriamos olvidar a Natividad -Nati – Peguero?

Natividad -Nati- Peguero no ha muerto. Me parece verle elevarse con sus alas tornasol, con su risa a flor de labios, como escribiera el poeta ecuatoriano Medardo Angel Silva: «Mi musa: toda ingenua, por ser joven, se yergue melodiosa sobre un plinto. Gusta de los jazmines que la arroben y de los novilunios de jacintos.»

Nati, la hija del doctor Manuel Peguero Gómez no ha muerto, se le ve venir vestida de azul de los cielos; se le ve descender bajo la luz de una luna de alegria irradiando sobre las aguas de un mar brillante, de gozos y de caricias.

No habrá despedida, ella no la aceptaría, a su padre jugando dominó y su niña sirviéndole su bebida preferida, solo se le oirá recitar una estrofa del poema de Gabriela Mistral: «A los ojitos que me diste/me lo tengo de gastar en seguirte por los valles/por el cielo y por el mar.»

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