Por: Rafael A. Escotto.
«Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.» Jorge Luis Borges
A la familia Franco Fondeur
Con frecuencia oimos hablar de archivos históricos e inmediatamente la referencia, si estamos en Santiago de los Caballeros, nos conduce a un edificio cuyas paredes estuvieron cubiertas de hiedras en la calle Restauración.
Si estamos en Washington pensamos en el archivo más importante el National Archives y si visitamos España no podemos dejar de asistir al Archivo General de Simancas. Si queremos irnos más atras en el tiempo, llegamos a la ciudad de Alejandria en Egipto, en el mundo árabe, entramos a la Biblioteca de Alejandria fundada en el siglo 11 a.C.
Todas estas menciones anteriores nos recuerdan nuestras primeras aventuras intelectuales que nos llevaron al Archivo Histórico de Santiago y nos acercaron a un caballero con la cabeza llena de historias, un hombre noble de alma, con unos deseos colosales y una voluntad acondicionada para dar a conocer su maestria y sus conocimientos.
Nos hablaba de los escribas aztecas que escribian en pieles de ciervo, de los códices y también cuando sus emociones por los libros, la lectura, las narraciones antiguas y las memorias de los oradores oficiales, de los calendarios y registros de los movimintos de los astros les hacian volar como si fuera Picaso desbordante o Sócrates en el paraiso, aquella juventud quedaba ilusionada con las historias que nos contaba Don Román Franco Fondeur algunas veces en la escalinata del Histórico Archivo.
Don Román, cual si fuera un Alejandro Magno en el Caribe estimuló el respeto por las culturas y la busqueda del conocimiento. Nunca dijo que nos hundiéramos en el mar Rojo ni que nos casaramos con mujeres persas o indias, pero si nos animó a que navegaramos libremente por las rutas de los libros, la lectura y los saberes. Y antes de marcharnos con nuestro uniforme de escuela nos enfatizaba, como para que no olvidaramos una frase del filósofo griego Aristóteles: «No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho.»
Hoy, a propósito del centenario de su nacimiento escribo este trabajo como si con él pretendiera adherirme al homenaje póstumo que le rinde Santiago de los Caballeros a Don Román Franco Fondeur en los cien años de su natalicio, como si yo fuera Vincent van Gogh escribiendo El sembrador desde los paises Bajos para deleite de este ferviente bibliotecólogo e historiador ido a destiempo.
Eso en esencia, fue lo que hizo toda su vida don Román Franco Fondeur, -sembrar – plantar ideas en mentes fértiles para abonar el mundo de cultura. El escritor colombiano Gabriel García Marquez expresó unas palabras las cuales sirvieron de atuendo a esta personalidad del libro y de La salvación de la educación en aquel Santiago de los Caballeros, cuyo nacimientro celebramos en este dia: «La cultura es el aprovechamiento social del conocimiento.»
Don Román Franco Fondeur siempre creyó y tuvo fe que la ciudad donde nació sería una que se elevase por su cultura, por el conocimiento y la brillantez de sus ciudadanos. Al observar a la juventud de la posmodernidad pienso, en cambio, que su entretenimiento no son ni los libros, ni la lectura ni el aprendizaje, tampoco las bibliotecas sino otras cosas banales mueven hoy su interés.
Don Román dispuso sus energias, su tiempo y su fervor en dotar el maravilloso Archivo Histórico de Santiago de miles de libros, revistas y documentos valiosísimos de todas clases y categorías de lecturas para que la juventud encontara en el racionalismo las fuentes del conocimieno que descansan en los conceptos claros y probados de las cosas y en el idealismo que permite el despliegue de los conocimientos con fuente meramente humana, pasando de lo etéreo a lo conceptual, lo que da entrada a la concepción de Dios, los dógmas, donde se estudian todos los aspectos de las religiones y la fe de las personas.
Pienso que si tratáramos de imitar a Alejandro el grande en este dia de recordación le regalariamos metafóricamente un elefante a don Román como hizo el rey de Macedonia a su maestro Aristóteles. Escribimos este artículo a manera de alegoria de aquel elefante de un estudiante a su maestro y asiduo visitante al antiguo Archivo Histórico de Santiago antes de marcharnos del país a estudiar a los Estados Unidos en 1962, país al cual le servimos con honradez en puestos públicos de importancia profesional.
Me resisto terminar este homenaje póstumo a don Román Franco Fondeur sin parafrasear al gran novelista frances Gustave Flaubert: “Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse, antes al contrario, la hacen más profunda.”
Debajo del mármol sagrado que cubre unos restos mortales descansa aquel hombre que consagró su vida al Archivo Histórico y a la cultura de Santiago de los Caballeeros. Honremos su nombre y exaltemos su figura en el dia que celebramos su natalicio.
Y como si estas palabras no fueran suficientes para esta honra, permitanme mis lectores aprovechar una frase del arzobispo y teólogo francés Jacques-Bednigne Bossuet que es lo que siento decirle a don Román Franco Fondeur si estuviera hoy entre nosotros: “En Egipto, a las bibliotecas se las llamaba el tesoro de los remedios del alma. En efecto, curábase en ellas de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás”.
Don Román Franco Fondeur, desde aqui al más allá donde te encuentra durmiendo el sueño eterno, saludamos tús esfuerzos y tú dedicación por la cultura. Sabemos los santiaguenses de una época que siempre te oyó decir esta frase de Sócrates; la recordamos con fervor salir de tu corazón y la repetimos con entusiasmos después de tú muerte: «Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia.»