Por: Rafael A. Escotto
La isla que soñé estaba enmarcada en una ilusión. Yo había entrado a una galería de arte buscando la isla de mis ensueños y la de mi primer amor. ¿Equivoqué aquella sensación?
Vi unas olas que besaban las orillas y la tierra que se fundían, era la felicidad que se plasmaba en una imaginación. Era, en cambio, la isla de Neruda, que quiere esconderme en sus brazos.
Pero yo buscaba hechizado la isla de mis sueños, con su mar azul, sus gaviotas, sus vientos alisios soplando de noroeste y suroeste alisando mi piel de cálido trópico. De pronto oigo el susurro de una voz dulce que me pregunta tiernamente:
—¿Por casualidad la isla que busca se desprendió del cielo?
—No, no… ¿Cómo lo sabes hermosa diosa? —pregunté un tanto ansioso.
—Tocaba mi arpa y desde mi jardín observé una constelación que atravesaba los cielos presurosa, de inmediato imaginé que su destino era algún lugar de un mar de agua azul turquesa en el Caribe, donde lo buzos bajan al fondo en busca de perlas y de grandes corales —indicó la diosa mientras se alisaba su hermosa cabellera.
Aquellos destellos tan coloridos de la diosa me llevaron, sin darme cuenta, a unos acantilados. Me senté a meditar en la lejana isla de mis sueños. En ese estado de fascinación advierto en el horizonte marino un barco velero que navega iracundo; su casco de madera se hunde y desaparece para luego reflotar en un juego de ilusiones indescifrables.
De pronto despierto de aquel sueño encantado y veo frente a mí un pez haciendo volteretas. Imaginé que el dichoso pez quiere decirme algo, pero siento agobio dar un paso más abajo por aquel acantilado. Además, temía que fuera el pez ateo del poema que corría por las afueras de las iglesias.
De todas maneras, por si lo necesito ando con mi crucifijo que me regaló un cura exorcista para espantar demonios. Me acerco y le pregunto a aquel pez inquieto que me ha llamado:
—No tenga miedo, que no soy el pez aquel nacido de todas las madres que pensaste —me habla con voz de sacristán. Te he estado observando sentado en esas rocas y leo en tu rostro¡ la impaciencia de alguien que ha tenido un sueño y a través del sueño una visión de una isla libre de alucinaciones y sin sobresaltos, donde salga y no tenga que cerrar la puerta, donde haya día de gloria y el sol afuera, como escribiera el poeta, acariciando con sus rayos tu piel trigueña y una fuerte brisa brindando energía.
Aquel pez da una voltereta de alegría y me asombra.
—¿Cómo es posible que un pez tan pequeño como tú puede descifrar lo que pienso y, sobre todo, predecir mi sueño?
Lo miré sobrecogido esperando su respuesta.
—Cierra tus ojos —me dice el pez—, abre tu corazón, inhala aire profundamente y llena tus pulmones. ¿Estás listo para ver tu sueño hecho realidad?
—Sí.
—Ahora abre tus ojos.
—Estás en Santo Domingo, tu isla soñada. Es toda tuya. Te toca recorrerla y disfrutarla a plenitud, descubrir su mar de perlas y sus conchas de nácares, sus bosques, sus manglares, sus islotes y entradas de los estuarios. En sus puertas marinas Poseidón te abre sus brazos. Te podrás servir de la luna del poeta Sabines a cucharadas. La verás bella iluminando con galantería las noches.
Sí estoy en la isla que soñé. sin embargo, hay que decir que en esta insularidad hay obreros y trabajadores en general que ganan salarios de miseria. Quien recibe esa clase de paga está condenado a que sus hijos tengan una vida, recibian una educación y una salud de miseria.
Todas esas desigualdades e injusticias sociales y económicas son a pesar de que hay un mar azul, palmeras, perlas y hermosos farallones y de que somos metafóricamente una isla en el mismo trayecto del sol.