Opinión

Don Príamo Rodríguez

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Por: Margatita Cedeño

Cada genera­ción tiene re­ferentes éticos y morales que sirven de so­porte a la sociedad. Se trata de hombres y mujeres cuyas acciones trascienden el pues­to que desempeñan o las ri­quezas materiales que pue­dan acumular; se convierten en verdaderas bujías de inspi­ración para sus conciudada­nos, la mayoría de las veces sin siquiera recibir, ni mucho menos procurase, reconoci­miento por ello.

A don Príamo Rodríguez lo conocí en el fragor de las funciones públicas que he desempeñado, siempre dis­puesto a apoyar las iniciati­vas que realizamos para la promoción de la educación, el combate a la brecha digital y la promoción de una socie­dad en valores. Con su afa­bilidad característica, siem­pre prodigó elogios al trabajo que realizamos y su sabiduría y consejos siempre encontra­ron en mis oídos tierra fértil donde germinar.

Deja el mundo terrenal pero su legado es innega­ble. Sus aportes a la educa­ción superior, su compro­miso con la región norte, especialmente con su ama­do Santiago, el esfuerzo que realizó para impulsar me­dios de comunicación ve­races y que aportaran a la democracia y la libertad, el aporte a la salud de los do­minicanos y más reciente­mente, su último gran le­gado, la gran inversión que realizó para que Santiago disponga de un nuevo espa­cio de difusión del conoci­miento y la cultura.

Siempre estuvo compro­metido con la difusión del pensamiento. Su visión sobre la educación, plasmada en varios volúmenes, recoge las ideas de un hombre que ha visto en la educación el faro que guiará a la República Do­minicana hacia los más altos niveles del desarrollo.

Aunque su legado está presente en muchas obras materiales, su siembra más importante está en las men­tes y corazones de los estu­diantes que pasaron por sus aulas, a quienes imbuyó de su mensaje de esperanza y fe, con la certeza de que podrían alcanzar sus metas si a ellas dedicaban todo su esfuerzo, a la tarea de perseguir sus sueños y construir una socie­dad digna, donde primen el amor y la paz.

Afortunadamente, mu­chos en su familia, al igual que su esposa Ingrid, han se­guido su ejemplo de servicio y compromiso social. Conti­nuarán su obra y construirán sobre su legado, sirviendo a Santiago y a la región norte con dedicación y entrega.

Ojalá que las generacio­nes que hoy se están forman­do vean en don Príamo un ejemplo de los frutos que de­ja la honestidad y el recono­cimiento que otorga la socie­dad a sus mejores hombres.

El desempeño ético es una responsabilidad de todos y todas, no solo de las figuras que están en el ojo público. Es una premisa que surge en lo individual y se va irradian­do hacia lo colectivo, como una norma social.

En la medida en que da­mos promoción y ponemos al frente a las figuras que más han aportado a la sociedad, más inspiramos a los que vie­nen detrás a ser como los pri­meros, a servir a las personas sin más interés que la cons­trucción de un mejor país, para todos y todas. Sigamos el ejemplo de don Príamo y trabajemos por una mejor so­ciedad. ¡Bien por ti Príamo! Siempre permanecerás con nosotros.

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