Opinión

ECO DESDE EL MONUMENTO: Adriano Miguel Tejada, su pensamiento literario

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Por: Rafael A. Escotto

 

Observé unas hojas que caían lentamente sobre un suelo humedecido por las escarchas de una mañana de diciembre. La abundancia de las hojas que se desprendían de las ramas de los árboles tornaba rojizo y melancólico el prado. La presencia de la estación de otoño que comienza en septiembre y termina el 21 de diciembre enseñaba sus rizos blanquecinos en las cimas de Constanza; los árboles dejaban ver raídas sus ramas y sin apariencia sus figuras; antes de llegar el equinoccio de verano el bosque lucio frondoso, haciendo del estío un paisaje de coloraciones lujuriosas.

 

Fue precisamente un dos de diciembre misterioso y fúnebre del 2020 cuando levanto mi vista al cielo y diviso un firmamento orlado con festones de un color grisáceo al cual recurren los artistas para ensombrecer los paisajes y el dolor de la vida de las personas. En medio de aquel panorama mustio observo una viejecita que va musitando palabras en voz baja; en sus brazos descarnados llevaba un ramo de crisantemo para muertos. Camino lentamente hacia ella y le pregunto con un dejo de timidez:

 

—Señora, esas flores que lleva en sus brazos ¿para quién son?

—Señor, es que ha muerto un hombre de letras, un periodista de Diario Libre y profesor de historia, un investigador de nuestra historia muy conocido en el país —me responde apenada.

—Señora, ¿podría decirme de quien se trata esta vez? —le pregunto con intranquilidad.

—¡Adriano Miguel Tejada!

—¿Adriano Miguel Tejada? Señora, ¿usted está segura que oyó bien claro el nombre?

—Mire, señor, yo estaba viendo la televisión y oí cuando el locutor dijo bien clarito: «Acaba de fallecer en estos momentos el exdirector del periódico Diario Libre Adriano Miguel Tejada».

—¡Anjá! ¡Demonio! ¡No lo creo! ¡Esta muerte es una verdadera desgracia para el periodismo serio de este país!  —exclamé.

 

La viejecita me dijo estas palabras:

—Soy mocana y debo apresurarme para colocar estas flores como ofrenda en el altar de la iglesia Nuestra Señora del Rosario. Vi nacer a Adrianito y, además, le vi crecer jugando futbol con los padres salesianos —me contó la señora mientras caminaba arrastrando sus cansados y empolvados pies por todo aquel camino de tierra.

Me quedé parado absorto observando afligido a aquella ancianita hasta que su figura se fue diluyendo de mi vista en la distncia. Me quedé meditando por un largo rato, pensando en aquella muerte de Adriano Miguel Tejada. Como escritor, me vino a la mente por un instante a Bruno Rosario Candelier, con su pensamiento hundido en la tristeza por esta muerte irreparable que le duele y enluta al pueblo de Moca y de Santiago, a la vez.

 

Adriano era un hombre con una alegría de niño, campechano y refinado al hablar de temas literarios y de historia, la cual manejaba con sumo deleite y con enorme fascinación. Sus contribuciones como historiador a la investigación, a las leyes como abogado y al periodismo como comunicador le aseguran un lugar extraordinario en la historia reciente de nuestro país.

 

Cuando dirigió el matutino La Información de Santiago de los Caballeros sentó cátedras a través de sus editoriales llevando con su talento a este medio una línea de pensamiento periodístico modernista y novedosa. Como articulista de opinión de este medio, para el cual escribo, me sentí atraído por sus ideas, toda vez a que Adriano Miguel trataba de romper con las tendencias dominantes del momento, asociadas al pasado, renovando y remozando el razonamiento humano en sus expresiones filosófica y literaria.

 

El fenecido doctor Príamo Rodríguez Castillo y doña Ingrid González hoy viuda Rodríguez apoyaron estas intenciones ontológicas y literarias modernistas de Adriano, a sabiendas de que esta inspiración que estaba desarrollándose en el periódico respondía con la moderna sociedad, aunque estas ideas podían tropezar con sectores atrasados intelectualmente.

 

A los poetas y prosistas regionales que se oponían a la vieja corriente impresionista, como fueron Bruno Rosario Candelier, Dionisio López Cabral, Luis José Rodríguez, Rafael P. Rodríguez y otros abrazaron la propuesta renovadora que buscaba en Adriano Miguel Tejada la perfección juiciosa y el uso de conceptos y figuras de instinto expresivo o plástico.

 

Este concepto modernista incorporado por Adriano a través de sus editoriales en el periódico La Información de Santiago, luego fue llevado por él al periódico capitaleño Diario Libre. Adriano Miguel coincidió con el estilo y expresión poética de Rubén Darío, después de haber leído el poemario Azul, publicado en 1888 por el poeta nicaragüense.

 

Como hombre de fe cristiana, Adriano Miguel estudió a fondo el movimiento religioso intelectual surgido en el siglo XX como una forma de lograr entender los ideales de Jesucristo desarrollado por Max Weber, los cuales constan de dos aspectos o ideas conceptuales de carácter religioso: la secta y la iglesia. Según explica Albert Samuel en su obra «Para comprender las religiones de nuestro tiempo» (1989) Dios no ha muerto: «Una secta es el conjunto de seguidores de una doctrina religiosa o ideológica concreta, que representa una “sección” o un “sector” desprendido de un conjunto más amplio».

 

En tanto que la idea de iglesia, según la antropóloga y socióloga de las religiones Luca Nathalie, directora de investigación francesa en el Centro de Investigación Científica, escribió sobre el concepto de iglesia: «La iglesia refiere tanto a una comunidad local como a una institución religiosa que agrupa a cristianos de una misma confesión».

 

Todos estos modernismos, el literario y el religioso, fueron estudiados a profundidad por Adriano Miguel Tejada, dejando un interesante legado filosófico y literario sobre estas cuestiones. Habría que buscar en sus archivos estos pergaminos, pues sería interesante rescatarlos para que sean estudiados y así explorar la evolución de su pensamiento. Al final de este escrito me disculpo frente a mis lectores si en las hojas del periódico encuentran unas lágrimas que se han escapado de mi alma apenada, como si fueran los lloros espontáneos de Jesús ante la muerte de Lázaro. Paz a sus restos.

 

 

 

 

 

 

 

 

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