Por Luis Córdova.
Mientras conversaba con Ignacio Guerrero, en las pausas del programa matutino que tengo el honor de realizar junto a él, me llegó una reflexión que le compartí de inmediato. La había publicado Antoni Gutiérrez-Rubí, un asesor de comunicación y consultor político español, al que sigo en la red social Twitter, la misma dice: “la democracia necesita electores pero, sobre todo, lectores. Leer tiene la capacidad de combatir la sumisión al poder, a lo establecido, a lo injusto. Leer es el primer combate por la libertad. Leer lo prohibido, lo censurado, lo omitido. Lectores para el cambio social”.
Muchos emplean como verdad que “el dominicano no lee”. Fatal sentencia que parecen confirmar nuestros legisladores. No nos llama a espanto el que piezas legislativas importantes sean aprobadas sin la lectura concienzuda, mesurada y crítica que debe tener un texto que regula la vida jurídica de la nación. Quienes llevan anotaciones hace rato que perdieron la cuenta, desde préstamos de motivaciones insólitas hasta proyectos como el Código Penal (con su revés en el tema del aborto), la Ley de Partidos, Agrupaciones y Movimientos Políticos (con las apologías de las modalidades de primarias) y la de Régimen Electoral, las cuales a juzgar por la cantidad de dudas y recursos en las Altas Cortes es evidente que no se leyó bien o que la premura, esa que todo lo puede, nos precipitamos a tener esas “leyes posibles” y no las necesarias, las que merecemos.
Pero no es un problema de nuestros representantes en las cámaras legislativas, pues en ellas como en los demás espacios de la sociedad resaltan casos excepcionales de ciudadanos responsables con sus tareas y de otros que hacen un homenaje a su tiempo invertido en la lectura metódica de sus temas de interés o de cultura general.
Es una cultura que debe cambiar. Un país que mira con desprecio a quienes intenten una formación integral, que asocie el término “teórico” al de holganza, no puede avanzar. Las contrariedades afloran al ver la matrícula de carreras que son teóricas y sin embargo las enormes lagunas en ciencias físicas y matemáticas, por ejemplo, se acrecientan. Es harina de otro costal, redoblemos la fe en que la “Revolución Educativa”, abra salidas al callejón en el que estamos metidos y que las disposiciones de leyes como la del Libro y Bibliotecas, se articulen a la agenda local y nacional.
Mientras tanto nuestra democracia reclama de lectores. En ese sentido la misma Ley 33-18 de Partidos, Agrupaciones y Movimientos Políticos, dispone en su artículo 38 el financiamiento de la educación de los miembros de estas instituciones, “por medio de la especialización de un monto no menor al diez por ciento (10%), de la suma recibida cada año por concepto del financiamiento público que corresponda a los partidos, agrupaciones y movimientos políticos, lo que será programado en su ejecución por el órgano partidario correspondiente y administrado por el centro partidario de formación política”.
No solo se trata de la formación de cuadros, es de una integralidad de conocimientos que hacen del candidato una persona apta para convertirse en un tecnócrata, capaz de especializarse y de convencer en base al dominio de los temas a una ciudadanía que reclama algo más que un rostro agradable, un diseño interesante o un slogan contagioso.
Los electores tienen otros reclamos y lo expresan por dos vías de manera contundente: en las redes donde descargan frustraciones y cuestionamientos, adherencias fidelidades; también en la apatía a votar o en participar en las actividades proselitistas. Caminamos, aunque muchos actores políticos no lo entiendan, a tener un voto informado, consciente y crítico, hoy en menor proporción, pero en innegable e impostergable crecimiento.
Hay que leer. Sembrar en las militancias que más que saber hablar es leer lo necesario. No es un concepto antihistórico, porque venimos de esa tradición. En 1931 el poeta español Federico García Lorca, inauguraba una biblioteca con su nombre en su pueblo natal de Fuente Vaqueros (Granada), en el discurso dice que es la primera de la región. Nosotros, por ejemplo en Santiago, para esa fecha teníamos Amantes de la Luz y Alianza Cibaeña, con más de cuarenta años de servicio bibliotecario.
En ese discurso del inmortal Lorca, titulado “Medio pan y un libro”, se precisa algo que muy bien cae en estos momentos de reclamos e incertidumbres: “no sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos”.
En estos días de calendarios apresurados, donde parece no existir el tiempo para leer, se hace urgente volver a las letras, al pensamiento y la reflexión, como afirmara el escritor “el insigne escritor ruso, Fiódor Dostoyevski, padre de la Revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir horizontes, es decir escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida”.