
Por: Luis Córdova
Hoy que todo se olvida y muchos creen cumplir con la patria porque publican un tuit, recordamos tu memoria, General.
No la intrascendente discusión de que si tu nombre era Ramón Matías o Matías Ramón, poco importa si ya nadie te nombra.
Es injusto que la figura heroica del estratega militar, se limite al arrojo y coraje de la noche del 27 de febrero de 1844 cuando, recién cumplidos los 28 años, saltaste a la inmortalidad con el trabucazo que consagró el nacimiento de la República.
Se olvidaron de que gracias a ti, a la claridad de tus palabras, fueron convencidos liberales y conservadores para firmar, el 16 de enero de ese 1844, el Acta de Separación. La confianza que generabas para que comprometieran sus nombres en medio de una atroz invasión como la que padecíamos.
Pero la muerte vino temprano. Tenías mucho que dar y así lo hiciste cuando el Grito de Capotillo (16 de agosto de 1863), retumbó en tu pecho y aún enfermo fuiste Vicepresidencia de la República del gobierno de la Restauración.
Pedir que tus restos fueran envueltos en la bandera nacional, el romántico saltó a la historia.
Otra batalla, aún muerto, te esperaba.
Tu tumba estaba perdida en el cementerio, cuando Lilís, el malo, dispuso identificarla y rescatarla del olvido al que la tenían sometida los buenos… ironías.
No hubo dudas de que aquellos restos eran los tuyos, como dijo el poeta “un milagro pudo ser:/Encontraron la bandera,/ la bandera tricolor,/reviviendo en sus matices/la grandeza de tu amor.


