Una vez más el pueblo dominicano ha dado una demostración de su vocación democrática. La participación en el proceso electoral del pasado domingo 5 de julio es la muestra más reciente de este comportamiento ejemplar.
Aún en medio de la pandemia del covid-19 la gente acudió a las urnas.
Hasta envejecientes, cargando a cuestas la precariedad de su estado de salud dijeron presentes en esta cita con la Patria.
Esta actitud de un pueblo lleno de esperanza no puede ser defraudada por las nuevas autoridades que asumirán el poder el próximo 16 de agosto.
Sabemos que las demandas que por años esperan solución son muchas y no hay una varita mágica para satisfacerlas de inmediato. Sin embargo, hay otras que sí pueden enfrentarse de una vez, y con eficacia.
Ahí está el grave problema de los actos de corrupción en la administración pública que por años venimos arrastrando.
La lucha contra esta lacra social debe comenzar desde el primer día del nuevo gobierno.
Que no haya complicidad ni padrinazgo con aquellos que llegan a los cargos públicos sedientos de amasar fortuna a costa de la miseria de nuestra gente más necesitada.
Esperamos que el presidente entrante, ante el primer asomo de un acto doloso cometido por cualquier funcionario, no importa el rango que tenga, ni la cercanía con el círculo palaciego, sea separado del cargo inmediatamente y sometido a la justicia, para que pague por la traición cometida.
Recordemos lo que nos dice el Papa Francisco sobre este mal social: La corrupción degrada la dignidad de la persona y destruye los ideales buenos y hermosos. La sociedad está llamada a comprometerse concretamente para combatir el cáncer de la corrupción, que con la ilusión de ganancias fáciles en realidad empobrece a todos.