Opinión

Desde Aracataca a Garcia Márquez

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Rafael A. Escotto

Por: Rafael A. Escotto

 

«Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.» (Gabriel Garcia Márquez)

Desde mi balcón observo el atardecer morir detrás de la serrania. Aquella visión me entristeció al sentir que el Sol se despedia del alba con nostalgia y pensé en Neruda cuando escribió: «Yo soy un hombre luz, con tanta rosa, con tanta claridad destinada que llegaré a morirme de fulgor.«

El fulgor del cual habla Neruda era una especie de luz fuerte que ilumina el pensamiento de los hombres de sabiduria. Esa luz llamada fulgor la interpreto como algo poderoso, sobrehumano, que viene dada por Dios para explicar los enigmas o misterios que están ocultos en la oscuridad.

Me aparto del balcón; veo el calendario: 6 de marzo. Inmediatamente asocio el mes de marzo con el nacimiento de algún personaje de la literatura.

En el lenguaje de los signos, los nacidos en el mes de marzo están influenciado por Aries o Piscis que simboliza el fuego; son personas de ideas resplandecientes. Como la descripción que hizo Neruda de si mismo: «Soy un hombre de luz». El detalle me llevó directamente a Gabriel García Márquez (Gabo).

Preparé mi maleta y emprendi un viaje metafóico a Aracataca, Colombia, a tener un encuentro con Gabo. A la entrada del pobladito, próximo a la estación del tren Santa Marta se lee un mural gigante con la foto del laureado escritor de Cien Años de soledad.  Me detengo y leo en una esquina del mural, entre otras muchas reminiscencias históricas: Nostalgia de mi tierra natal.

El pequeño poblado de Aracataca, en el Departamento de Magdalena, en el Caribe colombiano, me recuerda un poema que habia leido mientras estudiaba en Nueva York, que decía: «Mi pueblo es muy pequeño, un poco más que nada, perdido en la llanura del oeste, dormido, sobre sábanas verdes, en otoño amarillas.»

A pesar de su tamaño «Cataca», como le llaman los lugareños, produce la sensación agradable de los pueblos intramontanos: atarderceres efímeros, lluvias bendecidas, surcado por rios que corren dulcemente las faldas de las montañas, un cielo azul y nubes pálidas que pintan fantasias y horizontes inminentes.

Unas mariposas con alas amarillas de Macondo se confunden con el color ambarino de unas flores. Retosan en el pequeño jardin del parque de la ciudad. Me acerco con pasos lentos a una casa pintada de blanco convertida hoy en un museo. Leo una inscripción: Gabriel Garcia Márquez: «Más que un hogar, la casa era un pueblo.»

De pronto, no sé por qué evoco al pueblo de Neruda en uno de sus poemas: «La sombra de este monte protector y propicio, como una manta indiana fresca y rural me cubre; bebo el azul del cielo por mis ojos sin vicio como un ternero mama la leche de las ubres.»

En la estación del tren después de conversar con un maestro de escuerla del pueblo, éste me presenta a Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador, y amigo muy querido de Gabriel Garcia Márquez, quien publicó el primer cuento de Gabo, “La tercera resignación”.

Eduardo tenia en sus manos un libro: La metamorfosis, de Franz Kafka, el mismo libro que influyó a Gabo su estilo narrativo. Después de hablar  unos cuantos minutos con el periodista Zalamea Borda le invito a unas copas de vino. Necesitaba que me hablara de Gabo.

Llegamos al restaurante Aracataca. Me siento en la misma mesa que el Gabo y  su amigo íntimo Zalamea Borda acostumbraban a sentarse a contemplar el Sol brillar y las hojas secas morir debajo del árbol triste. Pido una botella de vino y entre copas me parece ver a Julio Cortazar que ha venido al pueblo a rememorar aquel viaje en tren desde Paris a Praga con Carlos Fuentes y Gabriel Garcia Márquez.

Oigo a Cortazar decir entre tabaco y bocaradas de humo: «Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.» Carlos Fuentes se rie a carcajadas. Me dice, Zalamea Borda: «Estuve en Managua con Gabo la noche que el boxedor  Mantequijlla Napoles perdió aquella pelea.

Cortazar extrae un reloj amarillo de su faldiquera y dirigiendose a Gabo, extiende sus manos y le dice: «El reloj de tu cumpleaño. espero que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes.»

Le digo, como estoy en Aracataca en presencia de Gabriel Garcia Márquez, permiteme Cortazar traer a este cumpleaños una estrofa de un poema de Fedederico Garcia Lorca: «El niño llora y mira con un tres en la frente San José ve en el heno tres espinas de bronce. Los pañales exhalan un rumor de desierto con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.» Gabo arrancó en carcajadas y dice: «Es posible que Lorca se referia a los pañales que cagué al nacer.»

Gabo, fuiste genial ¡y tú sin enterarte!

 

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