Por: Luis Córdova
No tuve opciones. Fui criado por mi madre y mi abuela. Aunque las referencias masculinas que me formaron, en especial la de mi padre, fueron fuertes y determinantes, aprendí que de alguna manera el criterio femenino se nos impondría.
Desde siempre he considerado tener, respetar y amar, a más de una madre.
Mi código social, para trabajos o faenas de la vida, me han despojado por esa experiencia primigenia, de sesgos de géneros: a fuerza de chancletazos aprendía a respetar lo humano.
Hablo de mí, de ese entorno familiar en el que las madres solteras era lo común y en la que se levantaban luego de experiencias fatídicas, por convicción, por orgullo o por el intrincado convencimiento de que el futuro de los suyos dependía de ellas.
Y así, esas hoy señoras, fueron muchachas soñadoras al margen de ideologías, al margen de discursos, determinando su futuro a pulso, contra vientos y mareas.
Respeto a la mujer, incluso a la que no alcanza a comprender el respeto a sí mismas.
Las respeto y entiendo como mi responsabilidad ciudadana propiciar la equidad, coadyuvar a reducir esa brecha brutal de que aún hoy es víctima.
Ojalá otros y otras respondan del sentido que tiene, en este siglo, del día de la mujer. La lucha pendiente que ha cambiado de objetivos, pero no de luchadoras. Los grupos que piden reivindicaciones en una sociedad que no las invita al diálogo. En logros que se devoran en el sexismo y la radicalidad.
¿Día de la mujer?
Aterra que nos respondan con otra pregunta: ¿de cuáles?
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