Opinión

Divagaciones casi inútiles

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Por Apolinar Núñez.

Rep. Dom. -Nadie niega la importancia del libro en el desarrollo de las sociedades modernas.
Ha posibilitado la difusión de ideas que propician cambios políticos, económicos y culturales.
Gracias a su fácil acceso, a su familiaridad inexigente se adhiere a nuestras vidas, se interna en nuestras almas, en nuestras conciencias.
El libro es memoria retenida, atrapada, repaginable hacia adelante y hacia atrás, que permite asimilación de conocimientos.
A todos nos agradaría que el libro estuviera al alcance de todos.
De él depende en buena medida la preparación individual y la solidez intelectual de los pueblos.
En este sentido, el Estado y las instituciones privadas debieran fomentar su propagación con el establecimiento de bibliotecas bien abastecidas en ciudades y campos, con publicaciones masivas de las obras ancilares de la literatura nacional.
Por otra parte, esperamos que ni al libro ni a las revistas ni a la materia prima que se utiliza para imprimirlos nuestros legisladores les impongan derechos aduanales, absurdas tasas arancelarias que dificulten en demasía su adquisición a la mayoría de la población.

Y no hay que olvidar la necesidad de orientar a los lectores a convivir con los libros para que estos se conviertan en verdaderos tónicos para alimentar los intersticios cerebrales.
A veces, muchas personas se entorpecen, se aturden, se enajenan, se ofuscan, se alerdan con lecturas indiscriminadas, desordenadas, atosigantes, frívolas, anodinas.
Ellas deforman y engendran necios ilustrados, imbéciles impenitentes con cabezas atiborradas de informaciones inútiles, inanes y vacuas y que, con aires de soberana suficiencia, las exhiben en academias, en clubes, en negocios, en los medios de comunicación, en la plaza pública.

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