Por: Rafael A. Escotto
Me hallaba sentado en una colina contemplando la belleza de la puesta del sol y mientras admiraba aquella expresión sentía que mi alma se agrandaba para adorar la grandeza de Dios. La luna me miraba con sus ojos grandes y luminosos, como si quisiera decirme: «Sabes, yo soy el puente entre el cielo y la tierra y también la mediadora entre los dioses y los hombres».
En ese momento experimento la sensación que un ángel visita y me susurra al oído y me demanda: «¡Escríbele una carta a la pandemia!» Y le respondo con una pregunta: «¿Para qué quieres que le escriba a una pandemia que se ha extendido por el mundo afectando a millones de personas?» «Bueno a lo mejor tú puedes, como hombre de letras, persuadirla a que desaparezca», me sugiere preocupado por el planeta Tierra.
Después que el ángel se había marchado me quedo pensativo, reflexionando en el contenido de la carta a la COVID-19. Me digo a mí mismo: «Esta es la tarea más difícil que me han asignado». Me quedo unos segundos meditando y vuelvo y me digo: «¡No puedo fallarle al ángel! ¡No, no, no puedo!»
«Señora pandemia. Estimada y apreciada pandemia». ¡Qué apreciada y qué estimada! ¿Quién ha dicho que una peste así se aprecia! ¡Debo ser tajante con ella! ¡Esperen, esperen! Se me ha ocurrido qué tal vez debo comenzar con: «Despreciada pandemia». ¡Eso es! Despreciada pandemia. Aunque me da con pensar que detrás de la COVID-19, o como se llame, podría haber un cambalache.
Sigo observando desde aquella montaña la belleza del sol, en eso se me presenta otro ángel, más acucioso y me advierte: «Oye, te estás dejando confundir. Mira, para entender lo que está pasando con la COVID-19 tú tienes que asesorarte de un personaje como Viktor Burakov, el detective ruso que le rompió la «siquitrilla» al «carnicero de Rostov».
«Pero ángel, me han recomendado que, para ayudarme a redactar mi carta a la maldita pandemia debo buscar los servicios de Poirot, el detective creado por Agatha Christie». ¡«No!, ¡no, no lo hagas!, ese es un pendejo de mierda que nada más le sirve a la Christie», me responde airado.
«¡Espera, espera!, bendito ángel!», le digo. «Acabo de hablar con el profesor Braulio Rodríguez y me dijo que el poeta Luis José sabe de una mujer que me podía servir para lo que yo necesito». Y el ángel endiablado me dice: «Dime cómo se llama esa mujer». Marceline Desbordes-Valmore, «Marceline, Marceline», musita.
«Habla ángel altanero, habla», le exijo. «¿Le conoces? Oye, coño, no te quedes callado. Te pregunto que si la conoces».
«Espera, esperaaaaaa, déjame pensar. ¡Déjame pensar, desgraciado escritor yanqui! Sí, síiiiiii, ya sé quién es ella: la poeta maldita francesa que escogió Verlaine. Ella es la amiga de Víctor Hugo, Dumas, Baudelaire, Lamartine y de Balzac. Ahora sí me estás hablando de una condenada que puede ayudarte a redactar esa carta a la COVID-19», me dice el malvado ángel. Y me pregunto a mí mismo: «Por lo visto al parecer está complacido».
«Oye, ángel presuntuoso: una poeta santiaguesa me sugirió a Emily Dickinson. ¿Qué tú piensas? Creo que es muy buena», le digo un tanto vacilante. «Mira, míiirameee, carajo, ¡para…para ahí!, no me hagas encojonar. Tú siempre queriendo estar bien con todo el mundo crees que cualquier carajo a la vela es poeta. Esa Dickinson es una frustrada excéntrica que vivió recluida en su casa de Amherst después de haber vivido en un convento en Mount Holyoke».
«¿Por qué esa misma poeta de la que hablas no te propuso a la poeta rusa Marina Tsvetaeva, la que escribió La lampara maravillosa o de la poeta burguesa de Massachusetts Anne Sexton, quien tiene un libro magnífico escrito en 1967 Vive o muere?». ¡Eso no es lo que busca joder a la COVID-19! ¿Tú sabes por qué no te recomendó una de estas poetas? Uh, uh…porque son mujeres poetas sin verdadera inspiración y sin amor poético. Pregúntale coño a Luis José Rodríguez. Además, Platón dijo que uno se vuelve poeta al contacto del amor.
«Oye, ángel de mierda, volvamos al tema central. Te pregunto ¿qué tú crees de las vacunas que están ofreciendo las potencias farmacéuticas?»
«Mira, no me metas en esos asuntos, que yo solo soy un ángel, no un pendejo como el otro ángel que te dijo cosas sensibleras como para mariconcitos», respondió privando en muy macho y sabelotodo.
«Pero dime, no te eches para atrás ahora cuando estoy listo para comenzar a escribirle la carta a la desgraciada COVID-19 antes de que acabe con toda la humanidad», le digo de manera desafiante.
«No te equivoques conmigo, yo no le temo a nadie ni a nada. Lo que pasa es que… es más, ¿tú quieres saber la verdad? De donde yo vengo se dice que la maldita COVID-19 es un negocio de los grandes emporios farmacéuticos que necesitaban incrementar sus ventas, las cuales estaban paralizadas y no les estaba yendo financieramente bien».
«¡No, no te creo!», le respondo. «Tú eres de los que quieren meterle vainas políticas a la gente para conducirlos a donde tú y Maduro quieren», le advierto, solo para provocarle.
«Tú siempre quieres meterme en la cabeza que Maduro es tal o cual cosa. Entonces, déjame decirte que te voy a matar el gallo en la funda con un ejemplo muy sencillo: cuando una empresa siente que sus productos tradicionales están perdiendo penetración en el mercado y, por tanto, esto le puede producir un descalabro financiero y los dueños sienten que no están acumulando riquezas, sino que están viviendo casi lo comido por lo servido…»
«¡Anja! Y ¿que tú quieres decirme con eso? ¿Que la pandemia no existe? Lo que pasa es que tú eres un político de una izquierda trasnochada», le digo molesto.
«Déjate de hablar pendejadas y vamos al grano: ¿Qué tú crees que hacen? No es crear una necesidad ficticia a través de la manipulación y, al mismo tiempo, producir un pánico psicológico entre los consumidores para así estimular un crecimiento emocional en las ventas. Tú te olvidas que yo soy un ángel que me visto a lo Eliot Ness, el agente aquel del Tesoro de los Estados Unidos y puedo penetrar sin ser visto y ver cosas que están sucediendo en las sociedades terrenales que ustedes los humanos no llegan a descubrir», contesta enfurecido.
«De lo único que tú, como ángel, te cuida para no perder tus alas, es de darle la clave a los epidemiólogos para desterrar la COVID-19 o por lo menos dame a mí una pista que me lleve a escribir algunas ideas que le puedan servir a los gobiernos pobres del mundo a buscar una solución a esta desgracia que los están poniendo a gastar el dinero que no tienen porque la corrupción se lleva todos los cuartos», le digo y le suplico a la vez a este ángel que pretende fascinarme con sus supuestos conocimientos sobre la pandemia y las empresas farmacéuticas.
«Entonces», le digo, «hazme el favor de resolverme este enigma, como ángel que eres o como Eliot Ness. No importa. ¿Las grandes empresas farmacéuticas están asociadas unas con otras, o sea, la rusa, la francesa, la americana, la argentina, la alemana para hacer dinero con la salud de los pobres?
«Sin embargo, a ti, que pretende ser un ángel repipi, se te olvida que la empresas farmacéutica invierten cuantiosas sumas de dineros en investigaciones científicas para buscarle solución a las enfermedades humanas y parte de su inversión debe de ser recuperada para seguir descubriendo medicamentos y obtener ganancias.», le respondo.
«¡Claro!, coño, americano de mierda, que es un negocio en el que todos los socios ganan mucho dinero y con sus enormes influencias políticas joden a los países pobres. El único que no lo quiere creer eres tú por ser un estadounidense enfermizo, a pesar de tu gran intelectualidad y profesionalismo», me contesta y al mismo tiempo me critica mi nacionalidad.
«Bueno», me responde el ángel con una sonría socarrona, «¿qué tú quieres que te diga?, esa debe ser la misión de un ángel sincero como yo».
«Finalmente», le abordo «¿qué tuvo China que ver con la COVID-19?», le pregunto al ver que estaba abriendo sus alas para marcharse.
«¡Tú ves con lo que tú me sales! Lo que pasó fue que con mi respuesta te la puse allá mismo, en la China. Adiós, escritor, lo mejor será que te pongas a escribir la bendita carta a la COVID-19», me recomienda antes de alzar vuelo.
¿Qué piensan mis lectores de este ángel tan presumido, que al mismo tiempo dice que se hace pasar por Eliot Ness para investigar asuntos que no deben ser de la competencia de un ángel.
Después de esta sátira me propongo leer el libro de la escritora mexicana Claudia Celis «Donde habitan los ángeles» Les prometo que no volveré a sentarme en aquella montaña a contemplar la puesta del sol, así evitaré la visita de otro ángel igual.