
Por: Rafael A. Escotto
«La isla de Santo Domingo, situada en aguas tropicales y ocupada por una raza distinta de otro color, jamás podrá convertirse en posesión de Estados Unidos. Ustedes pueden conquistarla por la fuerza de la armas, o de la diplomacia; pero esta intromisión forzada no perdurara.» Charles summer
Doy inicio a este trabajo trayendo un fragmento del discurso vibrante, de voz firme y de espíritu valiente del orador preclaro, quien lejos de ser contrario a su gran nación primero fue anti esclavista y baluarte indiscutible a favor de los derechos civiles. El nombre de Charles Summer en la República Dominicana ha debido de ser conservado incólume como suelen atesorarse las prendas más preciosas en los altares consagrados por las almas agradecidas y no lacerarlo de manera tan abyecta y tan deshonrosamente.
Al leer la aprobación que hizo el Senado de la República en segunda lectura de un proyecto de Ley que coloca el nombre de Rafael Corporán de los Santos a un tramo de la avenida Charles Summer, del Distrito Nacional, la decisión me causó asombro, sobre todo, gran pesar y, no puedo negar que sufrí una honda decepción al comprender que hay individuos que no tienen el más mínimo recato por la historia ni por los hombres, nacionales o extranjeros, que verdaderamente han aportado con sus arrestos a darle significado y valor a la propia historia del país.
Las cátedras eminentes que ofreció Summer a aquella sociedad estadounidense que desde sus primeros años en el Massachusetts de 1865 pretendía erigirse en una potencia negra integrada mayormente por propietarios de esclavos, no pudo ser lo que quisieron los esclavistas que fuese, o sea, controlar el gobierno federal y evitar el florecimiento de la libertad.
Aquel hombre (Charles Summer), el de las enseñanzas sociales y políticas sobresalientes, líder republicano, de ideas inapelables, se opuso ardorosamente junto a Abraham Lincoln en el Senado durante la Guerra Civil y en el periodo de la Reconstrucción norteamericana (1863-1877), a los remanentes del nacionalismo confederado, poniéndole fin a la esclavitud y haciendo que los nuevos esclavos fueran ciudadanos libres con derechos civiles garantizados por tres enmiendas constitucionales: la reconciliación, que pretendía hacerle frente a la devastación que la guerra había ocasionado; terminar con el concepto supremacista de los blancos que fomentaba el terror y la violencia en la sociedad estadounidense y, por último, la emancipación, que proporcionaba la libertad absoluta y la igualdad constitucional para los afroamericanos.
Cuando estudiábamos derecho en los Estados Unidos, hoy somos orgullosos abogados estadounidense, tuvimos la oportunidad de oír la reconstrucción de labios de nuestros profesores el espíritu antiesclavista empuñado por Summer, siempre citado como diestro espadachín de la política norteamericana durante la cátedra sobre los derechos civiles, específicamente en la discusión en las aulas del caso Brown v. Board of Education, que prohibía la discriminación racial en la escuela pública y cuyo proceso abrió una gran polémica sobre igualdad y federalismo que cubrió buena parte del siglo XX.
Esa demanda procesal puso en conflicto aquellas ideas sobre las posibilidades y fronteras del derecho constitucional estadounidense. Recuerdo que hablábamos de principios constitucionales, sobre la política constitucional y de la decisión Brown v. Board of Education.
Para nosotros, lo mismo que para otros estudiantes de los años 70’s, pensamos que este caso puso fin a la era de la segregación racial en los EE.UU. al establecer que el gobierno no podía clasificar la sociedad por etnia. En este aspecto recordamos muy bien haber leído y estudiado los argumentos del Juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos Thurgood Marshall, el primer afroamericano electo en esa posición (1967-1991). Pero no vamos a escribir sobre este tema porque el mismo podría ser asunto para otro artículo.
Regresando al tema de hoy, cual es: Charles Summer y la historia ultrajada, en el caso reciente de la sustitución parcial o total del nombre de la avenida Charles Summer en la ciudad capital, por el de Rafael Corporán de los Santos; debo decir, que tengo el recelo de que los legisladores dominicanos no investigaron la razón del por qué se le denominó a esa avenida con el nombre del ilustre profesor universitario, orador y político estadounidense.
No pretendo atreverme, ni siquiera de manera indiciaria, a hacer comparación entre los aportes de Corporán de los Santos al país con la extraordinaria defensa que hizo Summer, en un esfuerzo valeroso y desinteresado de este último para evitar un fideicomiso en Santo Domingo.
Veamos otro trozo interesantísimo de la filípica del ilustre hombre público, orador y senador estadounidense, nacido en Boston, el 6 de enero de 1811: «Por regla esa isla (Santo Domingo) se encuentra separada por la raza de color, es suya por el derecho de propiedad; porque su sudor y sangre se han mezclado con el terreno, por su posición geográfica tropical, por su sol candente y las leyes inalterables del clima. Así lo ha dispuesto la naturaleza y no soy yo el primero en reconocerlo».
Pienso, finalmente, que los senadores dominicanos, sobre todo, los que votaron para ofender la validez histórica que tuvo en momentos tan difíciles y accidentados para la Republica Dominicana aquella voz energica de Charles Summer, contundente, solitaria, si se quiere, pero más que eso, al parecer despreciada su generosidad por unos hombres mezquinos con la propia historia de su país.
Sea que se llegase a acortar la avenida ultrajada o que la desaparezcan definitivamente su nombre; suceda lo que suceda, el nombre de Charles Summer permanecerá intacto en el corazón de los buenos dominicanos, cuyo patriotismo, aún después de transcurridos tantos años de aquel dramático alegato, incendia sus pasiones al rememorar con enorme gratitud el estremecedor discurso del ilustre tribunicio y político estadounidense, quien orgulloso se empinó heroico sobre su propio país para impedir con su verbo incendiario que se ofendiera la soberanía de la Republica Dominicana.


