Por: Rafael A. Escotto
«Entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente hay una cierta complicidad vergonzosa».
Víctor Hugo
El artículo 114 constitucional trata sobre las cuentas del presidente de la República y, al mismo tiempo, habla de la responsabilidad del gobernante de «rendir cuentas anualmente ante el Congreso Nacional de la administración presupuestaria, financiera y de gestión ocurrida en el año anterior». Esta determinación hace que los gobernantes se abran a la censura pública y respondan por sus actuaciones. Ningún gobernante dominicano está exento de este cumplimiento constitucional.
El discurso de rendición de cuentas presentado el 27 de febrero de 2022 por el honorable señor presidente de la República, Luis Abinader Corona trajo impreso como fondo la personalidad del mandatario, su estilo propio como sello distintivo y se mantuvo apegado a todo lo largo de la disertación al precepto constitucional.
Una lectura íntegra de este discurso me da la sensación que el presidente Abinader planteó punto por punto los resultados incuestionables de la que fue la gestión de su Gobierno en el pasado año (2021). Además, el gobernante ofreció un panorama bastante diáfano de sus prioridades a futuro en función de las demandas sociales, económicas y políticas que requerirá el país.
Naturalmente habría que entender que los gobernantes en sociedades democráticas aprovechan la plataforma del 27 de febrero, en el caso de la República Dominicana, para mostrar sus músculos políticos y, al mismo tiempo, exteriorizar frente a su pueblo sus altas cualidades de mandatarios, además de la confianza que deben tener sus subordinados como rectores de los destinos de la nación.
La oposición política, en cambio, haciendo uso de sus funciones como tales, siempre hacen críticas políticas a la administración de los gobernantes de turno y creo que la democracia participativa permite estos pujos por ser propio del quehacer político.
Por tanto, enjuiciar desde cualquier púlpito rival quien contradice no puede ser quien lo haya hecho mal cuando le tocó gobernar, sea quien sea el que levante la polvareda de la crítica, por algo que dijo Platón: «El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres».
El filósofo moralista y escritor suizo Henry F. Amiel expresó algo con lo cual estamos de acuerdo y lo traigo a este trabajo porque es un asunto que lo vemos en muchos gobiernos de muchos países y el nuestro no es la excepción: «No niego los derechos de la democracia, pero no me hago ilusiones respecto al uso que se hará de esos derechos mientras escasee la sabiduría y abunde el orgullo».
A pesar de esta frase de Amiel no alcanzo a ver en el gobierno presidido por el licenciado Abinader Corona, desde este Monumento, ni escasez de sabiduría ni abundancia de orgullo. Lejos de lucir lisonjero debo decir que este mandatario está enseñando prudencia, pues cuando ha tenido que retroceder una ley o una resolución lo hace sin reparo. Este proceder deja claro que Abinader es un gobernante ponderado y que el poder no lo ha endiosado.
Tenemos que considerar que a este presidente le ha tocado gobernar, primero, dentro de una situación de la salud de vientos huracanados con una velocidad del gasto público inesperado y enorme, luego aparece repentinamente los altos costos de las mercancías o materias primas contenerizadas y casi concomitantemente surge el conflicto armado ruso-ucraniano que encarece los precios del petróleo y del gas licuado de petróleo (GLP), provocando grandes preocupaciones sociales, económicas y financieras a nivel mundial.
Pero aquí no termina el problema que se le ha presentado a la economía dominicana por efectos externos: el presidente tendrá que batallar con una reducción en el ingreso en monedas fuertes, tales como el dólar y el euro, por una caída inesperada del turismo procedente de Europa. Estas circunstancialidades podrían generar cambios importantes en las estructuras de poder social, político y económico a nivel mundial. Después de leer este discurso creo que el presidente Abinader está preparando psicológica y moralmente la sociedad para los nuevos tiempos que le esperan a este país en particular.
A todo esto habría que agregarle las crisis políticas, sociales y financieras en el vecino país de Haití que ha desencadenado un flujo inmigratorio extraordinario hacia la República Dominicana, con unos costos en salud económicamente insoportables y a estas contrariedades sociales se le suma las tensiones internas con las cuales tiene también que luchar el presidente Abinader causada por lo lacerante de esta clase de inmigración.
Igualmente no se queda atrás el pugilato que se le ha armado dentro de su propio partido, el PRM, por una cuota de poder dentro de gobierno. No se queda atrás tampoco la lucha de intereses entre poderes fácticos buscando ventajas económicas y más poder del que ya poseen, muchas veces a costa del Estado.
A pesar de todas estas situaciones y problemas que emanan del poder los seres humanos han deseado dirigir las vidas de otros hombres, cosa que los seres racionales no deben permitir, por lo que dijo Nietzsche: «No es necesidad, no deseo: no, el amor al poder es el demonio de los hombres».
Finalmente debo concluir este artículo saludando y pidiéndole al Todopoderoso que ilumine al presidente Luis Abinader para que no permita que su gestión gubernativa sea empañada por políticos trepadores y, en cambio, haga como aconsejó Thomas Jefferson: «El hombre que no teme de las verdades no debe temer a las mentiras».