Opinión

ECO DESDE EL MONUMENTO: El piano está de luto

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Por: Rafael A. Escotto

 

«El piano concentra y resume en él el arte todo entero.» Franz Liszt

 

Estaba sentado en el tronco de un árbol deshojado, enjuto de cuerpo por los años, un búho vigilaba desde su copa el campo lóbrego tendido largo a largo en una noche de plenilunio. 

 

Una bruja montada en un palo de escoba cruzó rauda frente al astro. En ese estado contemplativo percibí un piano que remontaba hacia el cielo lentamente custodiado por un cortejo de querubines.

 

Frente al piano un elegante pianista con su dulce sonrisa interpretaba con sus dedos maravillosos el Ave María de Schubert.  

 

El búho en el árbol debajo de la luna llena me habla y me dice, con su sabiduría natural: «Mira! Escritor, es Jorge Taveras quien pulsa las clavijas del piano con sus manos mágicas.» 

 

En medio de aquella ilusión oigo una voz de oro cantando aquella música litúrgica. Desde la oscuridad de la noche le pido al pájaro mitológico que me revelara la voz del tenor que cantaba tan bellamente el Ave María.

 

–«Es la voz de Luciano Pavarotti la que canta acompañando con su fama maravillosa a Jorge Taveras, que ha llegado inesperadamente», responde el ave misteriosa moviendo la cabeza de un lado a otro, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo.

 

La noche se tornó sepulcral mientras el ave ante mi vista batía sus alas y en mi sueño, todavía sentado en el tronco de aquel árbol sin hojas observo volar el búho  que se pierde de mi vista al cruzar el cuerpo celeste.

 

 En mi esoterismo, el búho se me muestra mustio. Luego de su ascensión celeste le noto silencioso pasearse gallardo sobre el piano de Jorge Taveras y le veo escuchando fascinado la música cautivadora del pianista dominicano.

 

En ese instante el búho oye que tocan a la puerta del cielo. Sin pensarlo, el ave se apresura a abrir y, seguidamente envanecida anuncia los visitantes: «Señores! es Freddy Beras Goico que viene, y llega con Yaqui Núñez del Risco y Sonia Silvestre», avisa el búho con voz solemne.

 

Freddy, quien se llevó con él al cielo su expresividad, dice desde el umbral, 

con  voz  fatigada:

 

–«Vine a darle un abrazo a mi compadre Jorge Taveras», exclama el visitante. 

 

Inmediatamente, Freddy, Yaqui y Sonia se confunden en un abrazo con el pianista que acababa de llegar a hacerle compañía. 

 

Freddy, con sus ojos aguados y voz quejumbrosa de lamento, sorprendido, parece quejarse de ver al ilustre pianista en aquel lugar rodeado de grandes árboles de cipreses, de flores de crisantemo, de rosas y de gladiolos, exclama, caminando de un lado para otro: 

 

«Compadre! Déjeme decirle, usted no tenía que venir tan pronto a este lugar, tan distante y tan apacible.»

 

Al oír aquellas palabras salidas de los labios de su compadre, Jorge Taveras, todavía vestido de negro, vuelve y se abraza a sus amigos y de su boca se escucharon unas palabras muy tenues: 

 

–«Compadre, no llore, era que mi viaje tenía que ser. Dios parece que necesitaba aquí en este lugar tan hermoso otro pianista, además de Chopin y de Libarace», ¿usted no cree? 

 

En medio de este encuentro y de recuerdos terrenales que se quedaron prendidos con alfileres de oro en tantos corazones, alguien más llama a la puerta. El búho camina lentamente en la punta de los dedos de sus patas, para no hacer ruido, gira gradualmente el manubrio de la venerable puerta y, de pronto, llegan unos visitantes a saludar al recién llegado.

 

Esta vez es Yaqui y no el búho que al ver por una rendija los personajes que llegan, rompe el silencio y exclama con el ritual de su gloriosa voz finamente educada. 

 

–«Amigos levantemos de nuestros  ataúdes», reclama Yaqui…y, demanda al mismo tiempo, «tu  Jorge te invito a que te siente al piano junto a Sonia y dile a tus querubines que hagan sonar las trompetas del apocalipsis que voy a anunciar la llegada de un personaje trascendental de Santiago y del país.»

 

El búho se le acerca a Yaqui y le susurra al oído: «Oye, ¿quién es ese gran señor que viene al cielo acompañado de cantantes y músicos tan regios?

 

–«Espera búho, solo un momentito…aguarda…no me hable que voy decir su nombre inmediatamente. Ve y siéntate en silencio sobre el piano y escucha atento», le ordena Yaqui a la curiosa ave.

 

–«Démosles la bienvenida –irrumpe Yaqui – a este lugar a don Caonabo –Chino –Almonte Mayer y a su séquito de músicos y cantantes de la orquesta de la antigua Compañía Anónima Tabacalera de aquel Santiago romántico de tantos gratos recuerdos vividos y que dejamos atrás con Los Caballeros Montecarlo. Son ellos: Ángel Bussi, Diógenes Silva, Raúl Grissanti (padre), Guaroa Madera y Víctor Víctor.

 

El chino Almonte le dice a Jorge Taveras, con sus ojos como una fuente de lágrimas y sus labios trémulos:

 

–«Jorge, fuiste en vida y después de tu muerte nuestro pianista privilegiado, no te esperábamos tan pronto en este lugar de felicidad eterna poblado por ángeles ¿Cómo llegaste aquí desde donde no podrás regresar nunca?, pregunta el Chino Almonte.

 

–«Oye, Caonabo, ni tu ni Freddy, ni Yaqui ni ningunos de los muertos que han venido a visitarme para celebrar mi  llegada a vivir en esta paz perpetua pensaron en este paraíso celestial. Como hijos de Dios tenemos que tener presente que algún día nos tocaría vivir en esta morada majestuosa. Yo amo esta habitación que Dios ha guardado para mí, aquí está el lugar de su gloria. Aquí todos estamos alegres. Dios se alegra de nosotros con cantos», exclama Jorge gozoso. 

 

Sonia Silvestre se dirige a Jorge Taveras con alegrías en sus ojos y una sonrisa bastante expresiva: «¿Por qué no nos enseña la habitación de tu nueva casa? Queremos cantar junto contigo porque Dios ha sido nuestro amparo en nuestros días de angustias.

 

–«si, si, vamos a recorrer el lugar…acompáñenme»

 

 

 

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