Por: Rafael A. Escotto
«Olvidar es difícil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para el que tiene corazón.» Gabriel García Márquez
Hay pueblos a los que se les hace difícil recordar episodios que en un momento de su historia contemporánea pudieron conmocionar sus conciencias tranquilas. Además de ser olvidadizos existen personas que no son agradecidos de aquel o de aquellos que en su momento le allanaron el camino para que lograsen el éxito político, unos, posición social otros y el respeto que no podían conseguir de sus conciudadanos por cuenta propia.
Ni siquiera son capaces de depositar una flor sobre su tumba o frente a la casa en Santiago de los Caballeros donde vivió el líder político y expresidente del país, el mandatario que le posibilitó su ascenso social para recordar su ingente labor gubernativa y su generosidad humana.
Algunos piensan que ser agradecido es sinónimo de debilidad. Al contrario, es un signo de grandeza y poder. El 4 de julio, el día que murió el expresidente de la República don Silvestre Antonio Guzmán Fernández se tornó una fecha dolorosa y triste para la nación.
El asesinato del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy en 1963 fue uno de esos hechos similares que sacudieron el mundo con la fuerza de un cataclismo. Pero en aquel país sucede distinto, el pueblo estadounidense llenó de rosas, y todavía lo hace, el lugar, en Dallas, Texas, donde cayó abatido por unas balas asesinas su ilustre presidente.
La muerte trágica de la princesa Lady Diana en 1997 todavía horroriza a muchos británicos, hasta el extremo que veinticinco años después de ese trágico accidente los londinenses van en peregrinación al palacio de Kingston, donde vivió la princesa de Gales, a colocarle flores y tarjetas como señal de recordación.
Otro hecho de sangre que conmovió al mundo fue el asesinato en 1981 del presidente de Egipto Anwar al Sadat, hecho sucedido en El Cairo durante una parada militar en celebración de la Operación Badr. Cuarenta años después de aquel hecho el pueblo egipcio visita el mausoleo en el que descansan los restos mortales de quien fue su líder político.
El olvido lloró la ausencia de don Antonio Guzmán Fernández con el semblante abatido. Empero, la tumba sublime que recoge su cadáver y lo cubre con celos, se vio aquel día amargo del 4 de julio, desnuda de flores y de recuerdos. Tampoco lloraron las campanas de las catedrales con sus míseros repiques ni las sirenas de las ciudades se hicieron sentir.
Aquel día fue solo olvido. Nadie, al parecer, miró con reverencia aquel glorioso panteón. Todo fue ausencia, olvido, soledad. Tan solo unos pasos mudos, con callados pies, se oyeron sobre las calles adoquinadas del cementerio.
No hubo lloros al corazón ni flores sobre su lápida de talla de mármol gris. Tampoco hubo poemas ni discursos apologéticos ante su tumba egregia. Solo el silencio mudo se oyó aquel 4 de julio entre rizos de nubes navegando reverentes y solitarias sobre su tumba.
Mientras me despido de esta reminiscencia, una paloma blanca, como la nieve, vuela desde el cielo, se posa suavemente sobre aquella lápida ilustre llevando una flor en su pico, la deposita y alza vuelo hasta el límite del cielo.