Opinión

ECO DESDE EL MONUMENTO: Una ciudad en el norte histórico

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Por: Rafael A. Escotto

 

Montecristi. El dios Sol se coloca de frente sobre sus aguas anacaradas; su brillo, cien veces mayor que el de la Luna llena, descubre las bellezas submarinas y el fondo del mar cobra vida. El subsuelo marino de una riqueza coralina que agrupadas forman grandes arrecifes de colores llamando a su exploración con traje de buzo; Jacques Cousteau lega al hermoso lugar y se sumerge, quedando fascinado con la exuberancia marina alrededor del morro, mientras en la superficie su buque, el Calypso, se contonea como si fuera una bailarina de ballet danzando al cadencioso vaivén de las aguas tropicales de un mar melodioso y sensual.

 

Cousteau sumergido en la profundidad del océano escucha los dulces sonidos musicales de un piano cuya melodía penetra con suavidad el fondo oceánico y el diestro explorador de los mares se pregunta desde su deslumbramiento subacuático: «¿Ese es el sonido de un piano encantado?», dice como si les hablara a los peces de colores que acarician reverentes su figura.  

  

«Me parece haber escuchado antes esa hermosa armonía», se pregunta. Y piensa por unos instantes y luego profiere con encendida pasión: «¡Es el pianista don Manuel Rueda González, el de la poesía sorprendida, el creador del Pluralismo!», reconoce el intrépido navegante. 

 

«¡Sí, es él, el montecristeño ilustre tocando con sus manos prodigiosas!», reitera. «Sus tonalidades son inconfundibles», asegura el mundialmente conocido investigador oceanográfico.

 

En ese instante un jet ski pasa zumbando sobre las aguas indiferentes de aquel mar azul montecristeño; el Calypso parece moverse sobre su cuerpo y la tripulación se atemoriza. Jacques Cousteau no hace caso, sube por la escalera de babor con sorprendente entusiasmo y con la seguridad de que ha oído desde el fondo de la mar el piano de uno de los músicos y poetas dominicano más gloriosos.

 

Desde el puente de mando del Calypso el capitán observa con sus binoculares el histórico reloj público de San Fernando y recrea en su mente al general Máximo Gómez y al apóstol cubano José Martí inaugurando el trascendental cronógrafo.

 

El contramaestre del buque de investigación oceanográfica enciente los motores de la nave; se pasea por los alrededores del morro a manera de despedida; Cousteau asocia aquel hermoso peñasco de Montecristi con la giba de un dromedario de otros morros de América Latina.  El Calypso se despide sonando su pito como si con él quisiera decirle adiós con su corazón a aquella acogedora e histórica ciudad norteña.

 

Manuel Orosco Pimentel, el viejo capitán montecristeño de barcos balleneros, ya retirado de su fana, quedó solitario, triste y melancólico a orillas del mar contemplando la partida del Calypso de Jacques Cousteau. En ese momento afloraron a su mente los recuerdos inolvidables cuando fue timonel del buque ballenero Pequod, del capitán Ahab, que navegaron los océanos Atlántico, Índico y Pacífico sur para vengarse de Moby Dick, la gigantesca ballena blanca. 

 

El viejo Orosco Pimentel recuerda muy bien el día que abordó el buque ballenero por recomendación de su amigo el arponero polinesio Queequeg en Nantucket, una isla de Massachusetts. Pocos son los que conocen a Manuel Orosco Pimentel, el marinero de Montecristi y su historia en los grandes mares. Él vio morir al capitán Ahab, pata de palo le decían, sobre el lomo gigantesco de la ballena Blanca enredado en su arpón.

 

Montecristi no solo es el reloj de San Fernando y la historia de Manolo Tavárez Justo, pocos saben que el prócer cubano José Martí bailó el merengue Juangomero en el hotel Estrella de la ciudad de Guayubín mientras esperaba firmar el Manifiesto de Montecristi. Quien amenizó la fiesta fue el conjunto de los hermanos Novo, según lo contó el historiador de la Línea Noroeste Pedro Carreras Aguilera.

 

Martí y el general Gómez amanecieron bailando con una joven de apellido Grullón. La pareja de Martí era una de tres hermanas, que por su belleza indiscutible eran la representación del lugar, siempre de acuerdo con los registros históricos de Carreras Aguilera.

 

Con todas estas historias de aventureros y de políticos nos surge una pregunta: ¿habrá vivido el Conde de Monte Cristo, el personaje aventurero de la novela de Alejandro Dumas, en Montecristi? 

 

Sabemos que Alejandro Dumas llevaba sangre caribeña, pues su padre, Thomas, nació en Haití, era hijo de un terrateniente francés y una esclava haitiana. Es probable que se haya inspirado en estas tierras para escribir su novela. 

Si el marinero del buque ballenero Pequod Manuel Orosco Pimentel era oriundo de Montecristi no habría por qué dudar que el famoso Conde de Monte Cristo, aun cuando la novela fue escrita en Francia e Italia, haya vivido en una ciudad del norte histórico de la República Dominicana, como Montecristi, de la cual posiblemente el afamado novelista y escritor francés habrá sacado el nombre de este famoso personaje. 

 

No debemos dejar de reseñar aquí que Alejandro Dumas llevaba sangre caribeña, pues su padre, Thomas, nació en Haití, era hijo de un terrateniente francés y una esclava haitiana. Es probable que se haya inspirado en estas tierras para escribir su novela. 

 

Después de haber leído esta narrativa todo debemos de hacer un viaje romántico a la ciudad de Montecristi para hablar con la familia de Manuel Orosco Pimentel, el timonel del barco ballenero, y de paso visitar el lugar en Guayubín y revivir aquella historica fiesta en la que el poeta José Martí y Máximo Gómez bailaron hasta el amanecer el merengue Juangomero.

 

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