Por: Rafael A. Escotto
«Parte de la curación está en la voluntad de sanar» – Séneca
La muerte de un médico en una sociedad con propensión a enfermarse, donde la sanidad pública mundial está politizada y va camino a la privatización, el médico en ese proceso se transforma, se materializa, llegando, en algunos casos, por medio de la codicia del dinero, a la deshumanización.
Siempre que alguien de la familia o algún amigo se enferma, suelo levantar la mirada al cielo en forma implorante y digo aquella frase del erudito británico-estadounidense Benjamín Franklin: «El cielo cura y el medico cobra los honorarios.» No hay nada de pecaminoso contra el cobro de los honorarios por una actuación profesional sanadora. No es de eso que se trata.
A pesar de lo innegable e inhumana que pueda ser esta frase del escritor, filósofo y político francmasón, pienso que no siempre es así de cruel la actuación de un galeno. La sociedad médica de Santiago de los Caballeros ha tenido médicos que han hecho del juramento hipocrático un compromiso. Este compromiso aconseja al médico en la práctica ética de la profesión.
Después que las escuelas de medicina se abrieron a todas las clases sociales parecería si se hubiera abandonado el concepto de profesión de élite y se popularizó la carrera de la medicina de forma universal; diríamos, que se fue perdiendo en el médico terrenal la inspiración instaurada por Hipócrates y sus discípulos en la Grecia imperial.
En estas islas caribeñas la investigación iniciada por el médico, cirujano y filósofo griego del siglo II, Galeno de Pérgamo, todo parece indicar que el llamado corpus hipocráticum se apartó, en ciertas medidas, de los médicos de oficio que desarrollan su ejercicio en las clínicas privadas y públicas.
Sin embargo, el juramento hipocrático se dice que fue redactado por Galeno, pero otras fuentes señalan que fue de la autoría de Pitágoras de Samos. Si fue Pitágoras o si fue Hipócrates que lo escribió, no importa. Lo que si merece la pena es el hecho de que la sociedad médica de Santiago de los Caballeros contó con un galeno que hizo de la profesión un sacerdocio.
El doctor especializado en neurología, Fernando Arturo Hernández Muñoz, acaba de fallecer. Sus pacientes y la Sociedad de Neurología del Norte han perdido a uno de los alumnos de aquella vieja escuela hipocrática. Un médico, que como dijera Schopenhauer, vio toda la debilidad humana, a diferencia de nosotros los abogados que vemos toda la maldad y el teólogo la estupidez.
Leyendo una de las obras del neurocientífico y patólogo español Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina, titulado: «Reglas y consejos sobre investigación científica», me encontré con la siguiente locución la cual me llamó poderosamente la atención: «Solo el médico y el dramaturgo gozan del raro privilegio de cobrar las desazones que nos dan.»
Real y efectivamente, cuando un paciente está en el umbral del quirófano es muy grande la inquietud o el nerviosismo del enfermo, no obstante, mayor es la preocupación de la familia de éste, de escasos recursos económicos que tiene que enfrentar el coste de la enfermedad o de la sanación de su pariente.
Empero, cuando ese enfermo llegaba a las manos milagrosas del doctor Hernández Muñoz, con su arte de curar al prójimo, cuyo compromiso era curar al ser humano y no perjudicar sus bolsillos, redoblaban las oraciones dándoles gracias al Altísimo por ser el doctor Hernández Muñoz y no otro, el médico del paciente.
Este médico santiagués, antes de cobrarle al paciente se dirigía a la Declaración de Ginebra, de septiembre de 1948, a leer el juramento hipocrático y, asimismo, se colocaba frente al Señor para pedirle su magnanimidad en el caso del enfermo y de su situación económica de la familia.
No fueron pocas las veces que vieron al doctor Hernández Muñoz reflexionando en esta frase del laureado novelista y cuentista colombiano Gabriel García Márquez: «No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad.» este médico santiagués tuvo una vida y un ejercicio feliz porque estaba plenamente satisfecho de su labor y disfrutaba lo que hacía en favor de la humanidad.
Por ese gozo de hacer la voluntad de Dios, la muerte del doctor Hernández Muñoz tenemos que verla como un sueño, por lo que todo el que esté en los sepulcros e hicieron cosas buenas tendrán resucitación de vida, como predicó el Bautista.
Hoy Santiago está en duelo y llora acerbamente, como el llanto de Abraham por Sara, el fallecimiento de uno de sus servidores, el médico de vocación Fernando Arturo Hernández Muñoz, quien no hizo de su profesión un negocio y nunca perdió la fe en Dios.
En nombre de los pueblos del Cibao y en el mío propio, en este momento tan doloroso e irreparable por causa de la muerte de Fernando Arturo, hago mía una frase del líder de la Fe Bajá y quien fue declarado santo oficialmente, Abdul’lBajá: «Todos los santos profetas fueron como médicos para el alma; prescribieron un tratamiento para la curación de la humanidad.» Paz a su alma.