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El amor a la Virgen no conoce fronteras

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Por Editorial Periódico Camino.

 

 

La celebración del Día de la Altagracia este año fue diferente. La pandemia del Covid-19 hizo cambiar el estilo, pero el amor y cariño a la Virgen fue intenso y profundo. Aunque los templos no estuvieran abiertos para recibir a los miles de feligreses que van a Higüey, y a las más de 30 parroquias que en nuestro país la tienen como patrona, en el corazón de cada dominicano/a ella encontró un hogar, aunque estos hermanos nuestros vivan en cualquier lugar del mundo.

Aprovechando esta festividad, nuestros Obispos nos presentan cada año su Carta Pastoral, en esta ocasión titulada: Nuestra Señora de La Altagracia, un regalo de Dios al pueblo dominicano. Preparación del Centenario de su Coronación Canónica.

De ella escogemos los siguientes números: 

  1. Que en la celebración de este centenario, Iglesia y Pueblo, confirmemos el pacto del reencuentro con la Virgen de la Altagracia, porque es tiempo perfecto para dinamizar la fe de todos los dominicanos por medio del amor y el fervor a la Madre de Dios y Madre nuestra y lograr así una fuerte convivencia nacional.
  2. Ponemos en sus manos protectoras a todo el Pueblo Dominicano, a sus autoridades, y a los responsables de la salud y del orden público; que el Señor nos ilumine a todos y nos guíe en estos momentos difíciles. Que la Virgen de la Altagracia interceda por todos los enfermos del Covid-19, por los más vulnerables ante esta pandemia, por los que se sienten deprimidos, por los que han perdido el trabajo con el que mantenían su hogar, por los que cada día salen a buscar el sustento de su familia, y que también interceda por todos los inconscientes que no les importa ni la salud de los demás, ni el orden en la sociedad.

Y hablando de los momentos difíciles por los que están atravesando muchas personas, hacemos un llamado al Gobierno para que tome en cuenta la precaria situación por la que están atravesando decenas de maestros pensionados y jubilados, quienes reciben un salario que no les alcanza ni siquiera para comprar los medicamentos que tienen que usar cada día y así recobrar la salud que dejaron en las aulas.

Es un deber del Estado garantizarles que los últimos años de sus vidas transcurran entre la dignidad y la calidad.

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