Por: Luis Córdova
Resulta que la muerte es una mentira cuando la tarea de la vida se hace bien, más o menos fue lo que dijo José Martí, ignorando lo cerca que de él estaba la parca.
No creo que William, el hombre de la invariable sonrisa y el pronto abrazo, partiera de este plano. Aún persiste la incredulidad del adiós, el dolor de su muerte.
Y ahora escribo con alegría pero también con un dejo de dolor. El homenaje de nombrar William Alemán a una edición del mejor carnaval que tiene la República Dominicana, el de Santiago, es justo, merecido.
Un aplauso a los promotores de la iniciativa y convocantes, Medios Unidos del Cibao MUCI, por rescatar a nuestro amigo del voraz olvido al que se enfrentan los buenos.
Un aplauso, también, a los organizadores de Puro Carnaval, una interesante muestra que ojalá perdure, por bautizar su primera edición con el nombre del folklorista santiaguero.
Este carnaval fue como su vida: sobrepasando adversidades, superando desafíos. La amenaza de postergación por el Covid finalmente superada, los atisbos de división aparentemente subsanados.
El desfile fue sábado. Una reafirmación divina de quien creyó siempre en extender por los fines de semana la manifestación cultural más diversa. Desfiló quién tenía que desfilar.
Fue bajo lluvia, recordamos la sonrisa de un Alemán fue mil veces bautizado en fuego.
El carnaval venció todo.
Ese es el mejor homenaje que puedo recibir William, tener una carnaval que se pareciera a él. La muerte, de nuevo, fue una mentira