
Miles de ciudadanos indefensos, decenas de militares retenidos y medio centenar de criminales fugados de prisión fue el saldo de una jornada que no será olvidada en Culiacán
Eran las 14.45 de la tarde del jueves 17 de octubre cuando Culiacán vio despertar a la bestia con la que convive desde hace décadas: el cartel de Sinaloa. Se había dicho que ese animal estaba adormilado, afectado y disminuido tras las disputas en su cúpula y la anulación de uno de sus líderes históricos, Joaquín El chapo Guzmán. La bestia, acorralada, mostró los dientes en un despliegue de fuerza nunca antes visto en su cuna. Las calles de la capital se convirtieron en un campo de batalla. Soldados fueron retenidos por narcotraficantes en las carreteras y sus familias amenazadas por delincuentes. Medio centenar de presos escapó de la prisión local para sumarse al caos que dejó desierta una de las principales ciudades del noroeste mexicano por más de 24 horas. La bestia de Sinaloa goza de una salud menospreciada por el Estado mexicano.
“Nunca nos habían faltado al respeto. Nos dijeron ‘yo controlo’ ¿Y qué puede hacer uno?”, se pregunta Ana Félix, dueña de una panadería artesanal en el centro de Culiacán. Supo que algo raro estaba pasando en su ciudad por la cara de terror de su empleada, que comenzó a recibir videos de los tiroteos en su teléfono. Nunca imaginó que la batalla iba en su dirección. Los soldados y militares cruzaban disparos de alto calibre a menos de dos cuadras de su restaurante. Era uno de los 14 tiroteos registrados la tarde del jueves. “Vimos a mucha gente corriendo. Bajé las persianas, atracamos las puertas con unas mesas y nos fuimos a la parte de atrás”, relata.
Félix, como centenares de personas de Culiacán, pasó la noche del jueves encerrada en su trabajo a la espera de que el terror terminara. Dio refugio a otras seis personas, cinco de ellas eran clientes. Les dio de cenar y puso una película para pensar en otra cosa. Cuando salieron, a las siete de la mañana del viernes, atestiguaron un panorama que solo habían visto en ficciones bélicas: tres coches quemados sobre el puente de la Obregón, un cuerpo tendido sobre el asfalto. “Era algo desolador. No había ruidos ni nadie afuera de sus casas”. Lo que más la marcó fue el penetrante olor a gasolina que flotaba en el ambiente. “Olía a miedo, olía a quemado, olía a muerte… Se me revolvió el estómago con todo lo que vi”, relata.
No solo los civiles vivieron en la indefensión. A 30 kilómetros de allí, sobre la carretera que conecta Culiacán con el puerto de Mazatlán, un grupo de narcotraficantes hizo un retén en la caseta de peaje de la localidad de Costa Rica. El punto es controlado por huestes de Ismael El Mayo Zambada, otro líder histórico del cartel y padrino de Ovidio Guzmán López, hijo de El Chapo. Los delincuentes se encontraron y retuvieron a un convoy de militares que escoltaba cisternas llenas de combustible. Los hombres armados sometieron y amarraron a 20 soldados. Los utilizaron como moneda de cambio por la liberación de Guzmán López, quien había sido detenido por autoridades para ser extraditado a Estados Unidos. Por la radio, los narcos lanzaron la amenaza de explotar los tanques de gasolina cerca de catedral, en el corazón de la ciudad. Los soldados fueron liberados muchas horas después. “Hasta ayer [por viernes] soltaron a los pobres soldados. Vinieron a comprar aquí porque estaban muertos de hambre”, afirma la dependiente de una tienda cercana a la caseta.
Aquella advertencia no fue la única. Mientras los soldados estaban retenidos, sus familias también fueron amenazadas. Seis vehículos de personas armadas llegaron a las 15.30 horas al número 3080 de la calle Francisco Ramírez, donde se encuentra la unidad habitacional para las esposas e hijos de los militares destacados en Sinaloa. “Tiraron para arriba, al aire. Lo hicieron para asustar a la gente”, dice César, quien repara ventiladores frente al domicilio. “No llegaron a matar porque si hubiera sido así el velador no estaría allí. Le dijeron que se saliera”, asegura Freddy, empleado de una tienda cercana, quien afirma que los criminales sí entraron a la unidad y a algunos departamentos. Los narcotraficantes se llevaron a otras dos personas de allí. 60 familias de las 140 que vivían en el sitio se han ido desde el jueves.



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