Por Luis Córdova.
Para mi amigo Demóstenes Martínez, quien afirma que dignidad nunca muere.
Desde la antigüedad “el sabio” ha sido una figura reservada a las élites de dirección para consejo y toma de decisiones desde que nos congregábamos en tribus hasta estas horas tormentosas de la posmodernidad.
En el argot político dominicano las acepciones de “sabio” y “sabichoso”, aunque atribuyen una inteligencia superior, asignan categorías diferentes.
Pero ese reconocimiento tiene también una advertencia: “no se puede saber demasiado”. La sentencia está en ese librito no escrito de la política, al que se apela bastante en los predios colegiados para la toma de decisiones.
La construcción de consenso es una tarea pendiente, se ha dado prioridad a fabricar mayorías eventuales: repartir antes o después canonjías que van desde insuflar egos hasta engrosar capitales, según las denuncias de los mismo traficantes de favores.
En este esquema si bien no se puede señalar a un partido político específico como responsable exclusivo del deterioro de la legítima representación de la voluntad, sí podemos indilgar culpas a actores que no han mostrado la iniciativa de hacer las cosas diferentes, adhiriéndose a la fatal tradición de “hacer lo que me conviene”, en vez de hacer lo favorable, lo ideal, en el momento en que la patria así lo requiera.
Las redes, el mundo hiperconectado, pero también la indiscreción, abren la política a un escenario diferente: la mentira queda evidenciada muy rápido. La falsedad hoy es efímera.
Asistimos, aunque algunos no se han enterado, al final de las “agendas ocultas”, ya no es el cumplimiento de los “acuerdos de aposentos”. Sincerar el objetivo es lo que hoy seduce, lo que convence. Los electores son capaces de aplaudir que adversarios consoliden agendas comunes antes de que “coincidan” libremente.
Es un país de “sabios”. Nos gastamos proyectado un futuro que parece cada más lejano e incierto como medios repleto hasta la saciedad de analistas de una realidad que no alcanza a ser sincera, diáfana, pulcra.
Por fortuna, a pesar de que se lance por la borda la palabra empeñada, hay quienes valoran a los coherentes, premiando con el voto, el aplauso o la adhesión a quienes levantan la bandera del decoro.
Sin dudas esos son más, siempre harán mayoría. Aunque los Fácticos (con la “F” de fantoche en mayúscula) digan lo contrario y aseguren denostar llamando a aquéllos “soñadores”. No hay mejor premio que ese pues para soñar hay que dormir tranquilo y para dormir tranquilamente es necesario tener la conciencia limpia.
Quien sabe demasiado por lo general padece de insomnio, entre otros efectos adversos.