Opinión

El impacto de los celulares y redes sociales en la convivencia familiar dominicana

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Por : Leidy López.

 

 

A partir del caso de Stefóra Annie Mercie Joseph

El sol de la mañana del 14 de noviembre parecía tan normal como cualquier otro en la provincia de Santiago . En la orilla y dentro de la piscina de la Haciendo los Caballos , los estudiantes conversaban, reían y se preparaban para disfrutar su excursión escolar. Pero entre risas, fotos y teléfonos en mano, nadie imaginaba que ese día la tecnología esa que acerca mundos, pero aleja miradas sería protagonista de una tragedia irreparable.

 

Minutos más tarde, la adolescente haitiana Stefóra Annie Mercie Joseph, de apenas 11 años, se ahogaría sin que sus cuidadoras se percataran a tiempo. Según las investigaciones, estaban inmersas en el uso del celular.

 

La muerte de Stefóra sacudió a la opinión pública. No solo por la negligencia, sino por lo que reveló en silencio: la República Dominicana está conviviendo con un enemigo silencioso, cotidiano y aparentemente inofensivo. Ese que vibra, ilumina, suena… y roba atención: el celular.

 

Un país conectado, pero desconectado emocionalmente

La República Dominicana es hoy uno de los países más conectados del Caribe. El 94.7 % de los hogares posee al menos un teléfono celular, una cifra que refleja modernidad, pero también dependencia.

 

En cualquier hogar dominicano la escena se repite:

Una madre preparando la cena con un ojo en TikTok.

Un padre respondiendo mensajes de trabajo durante la comida.

Niños que aprenden a deslizar pantallas antes de aprender a mirar a los ojos.

Familias completas juntas… pero cada una en su propio universo digital.

 

La convivencia se ha visto desplazada por la inmediatez, por la vida editada que se muestra en redes, por el “solo un minuto” que dura veinte. Stefóra no murió únicamente por un descuido; murió porque la atención está siendo devorada por dispositivos que se han convertido en extensión de la mano y refugio emocional.

 

Pantallas que seducen, vínculos que se rompen

 

La psiquiatra española Marian Rojas Estapé advierte que las pantallas están generando “caprichosos emocionales” acostumbrados a la recompensa instantánea.

Notificación, like, mensaje, video nuevo. Todo es rápido, inmediato, adictivo.

Y esa adicción tiene consecuencias profundas:

Impacto emocional: Niños que sienten que compiten con un celular por la atención de sus padres.

 

Adultos agotados mentalmente, incapaces de desconectarse.

Impacto social: Conversaciones familiares que se diluyen.

Las comidas, que antes eran rituales, ahora son silencios interrumpidos por tonos de notificación.

Impacto educativo:Estudiantes dispersos, en constante multitarea, con dificultad para concentrarse.

Impacto en la seguridad: Casos como el de Stefóra lo demuestran: cuando el teléfono se vuelve prioridad, la supervisión desaparece.

El caso que expuso un problema nacional

En la tragedia de Stefóra hubo agua, descuido y dolor.

 

Pero también hubo un elemento común en miles de hogares: distracción digital.

El celular no mató a la adolescente, pero sí nubló la atención de quienes debían cuidarla.

En un país donde se ha normalizado grabar antes de ayudar, donde se valora más el contenido que el momento, la muerte de Stefóra se convierte en un espejo incómodo de lo que somos como sociedad.

¿Tecnología enemiga? No. Uso irresponsable, sí.

La tecnología no es la villana.

 

Lo peligroso es la forma en que la usamos, el lugar que le asignamos, la forma en que sustituye conversaciones, juegos, supervisión, afecto y tiempo de calidad.

 

Como dice Rojas Estapé, es urgente recuperar la conexión humana:

Mirar a los ojos.

Escuchar sin pantallas de por medio.

Sentir.

Estar presentes.

En una época donde todo es urgente, lo realmente importante se está perdiendo.

Un cierre que nos concierne a todos

La historia de Stefóra debería convertirse en algo más que una noticia trágica.

Debería ser un punto de quiebre.

Una alarma.

 

Un recordatorio de que ningún mensaje vale más que una vida, que ningún video es más importante que la seguridad de un niño, que ninguna red social puede sustituir un abrazo, una conversación o una mirada presente.

 

Si la tecnología llegó para quedarse, la responsabilidad también.

Porque mientras la atención siga en la pantalla, la convivencia familiar seguirá ahogándose… igual que Stefóra.

 

Por : Leidy López

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