Por Manuel Fernández.
Los hijos generalmente admiramos a nuestros papás. Cuando en alguna entrevista nos preguntan quién es la persona que más admiramos, en un alto porcentaje respondemos que nuestro padre. Esto con el tiempo se ha convertido en una especie de “cliché”, en mi caso no solo es que admiro a mi padre, voy más allá, pues admiro también a la persona, al emigrante, al ejecutivo, al emprendedor y el financiero autodidacta.
Mi padre nació en Galicia, España y a muy temprana edad, a sus 17 años (un niño aún) emprendió un viaje a “las américas” buscando un mejor porvenir. En los años cincuenta España atravesaba por una precaria situación económica tras una cruenta guerra civil que terminó con la instalación de la férrea dictadura de Francisco Franco (por cierto, también gallego). Mi padre, el segundo de tres hermanos, se embarca en el puerto de Vigo y llega a Santo Domingo, en aquel entonces, Ciudad Trujillo, el día 30 de abril de 1959.
De allí se traslada a Santiago de los Caballeros donde le esperaba trabajo en la reconocida tienda La Ópera donde había sido recomendado por un familiar. Mi padre, con su porte español y buen verbo, rápidamente se adapta a la sociedad santiaguera de la época. Allí conoce a su maestro el destacado artista Yoryi Morel, quien le ayuda a potencializar su talento para la pintura y con quien forjó una sólida amistad. En 1965 junto a un grupo de otros emigrantes españoles, en un almuerzo en el restaurante El Pez Dorado, deciden fundar un club para que los españoles pudieran reunirse y socializar con sus amigos dominicanos y así nace lo que hoy conocemos como el Centro Español, uno de los clubes más emblemáticos del país.
Con el tiempo, y gracias a su don gente y facilidad para las relaciones humanas, mi padre entra a trabajar en el reconocido laboratorio internacional Warner Chilcott, luego Warner Lambert, donde fungió como visitador a médico, lo que le ayudó a conocer todo el país y forjar grandes relaciones de negocios. Fue escalando posiciones dentro de la empresa hasta que es nombrado Gerente de Ventas del laboratorio y de la división de confitería conocida como Adams Dominicana C. por A. (muy popular en los años ochenta y noventa por sus Chiclet´s). Mi padre, logró con su esfuerzo y liderazgo encumbrar la empresa y convertirla en un gigante de la confitería con marcas icónicas como mentas Halls, Tesorito, Dentyne, Superglobo, Chiclet´s, Clark´s y en el área farmacéutica Listerine, Oraldine, Ponstan, etc.
Tras un proceso de reingeniería de la casa matriz en la segunda mitad de los años noventa, mi padre se ve en la necesidad de emprender su propio negocio y funda una empresa con el objeto de distribuir los productos Adams, ahora importados, a toda la región norte. Fueron años de ardua labor y sacrificio. Muchas veces, estando ya en la universidad, iba a ayudarle a hacer los cuadres cuando llegaban los vendedores, lo que forjó en mí cierto gusto por la administración financiera. Mi padre, muy precavido, supo ir acumulando fruto de sus ahorros una cantidad de dinero para su retiro. Hoy en día, ese esfuerzo y sacrificio, le permite vivir su retiro con tranquilidad.
Mi padre nos ha inculcado valores como la responsabilidad. Siempre nos arreaba a ser responsables de nuestros actos, no importando las consecuencias. Dentro de su filosofía, dar nuestra palabra y luego no cumplirla es un sacrilegio imperdonable.
También nos enseñó a ser honestos e íntegros, recuerdo cuando era muy niño, un día que llegué a la casa con un camioncito de juguete que no era mío y al cuestionarme sobre su procedencia la arenga y reprimenda que recibí se me quedaron en mi mente para toda la vida.
Pero lo que más valoro de mi padre, es su frugalidad, su talento para la austeridad digna. De niño siempre le observaba registrar en su libretita gris todos los gastos del hogar donde llevaba un control de sus entradas y salidas de efectivo. Todos los lunes me daba el dinero de la merienda de toda la semana y me decía que debía administrarlo hasta el viernes, y que se lo gastaba todo el lunes o el martes, me iba a quedar sin merienda los demás días. Me inculcó ser paciente y ser prudente, dos virtudes fundamentales para las finanzas personales. En su filosofía financiera, tenía más valor el cuándo, que el cuánto. Por eso, mi primera bicicleta (marca BMX), me la compró cuando entendía que lo merecía y, sobre todo, cuando se cercioraba, tras una plática sobre el valor del dinero, de que la iba a cuidar como un tesoro.
Por su estilo de vida moderado, no quiere decir que pasamos penurias, pues mi padre nos financió una educación de calidad y viajes de veraneo a Galicia a ver a nuestros familiares. Todas sus decisiones fueron fundamentadas en el ahorro y un fino control presupuestario.
El próximo fin de semana, mi padre Joaquín arribará a los ochenta años en plenitud de salud mental y física. No parece la edad que tiene, siempre fue cauto en comer de forma saludable, no excederse con el buen vino y dar largas caminatas.
Aunque hace unos años me desvié un poco de su legado financiero, supe encarrilarme y confiar en sus enseñanzas, que hoy en día son la base de mi vida financiera.
Si tengo que definir la vida mi padre en una frase sería esta de Bob Dylan: “Un hombre es exitoso si se levanta por la mañana y se va a la cama por la noche, y en el tiempo entre uno y otro hace lo que le gusta”
Por Manuel A. Fernández
Asesor Financiero
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