Luis Córdova
Dos de sus pasiones asoman en cada cuento: el cine y el periodismo.
Las historias lo encuentran a él al final de una escena en alguna serie de Netflix o al leer una nota ya sea en La Información de Santiago o en el Toronto Star.
Hay una preferencia marcada de los poetas cuando hacen de narradores por el terror, lo macabro. Si no nos parece volvamos a leer a Poe…. y este no es un buen ejemplo porque a fin de cuentas como afirma el mexicano Jorge Volpi: “todos somos descendientes literarios de Poe”.
Sigo con el libro abierto, el celular sin notificaciones y Andrés en la espera de que nos juntemos para leer este texto.
El país es el barrio. Y resulta que Puro, como yo, no somos específicamente de un barrio. La ciudad, en la que mencioné al inicio, nos permitía tener tantas referencias que asumíamos identidad de una barriada sin pernoctar nunca en una de sus casas.
Pedro Antonio Valdez, hablando sobre esto de la ciudad, afirma que “dejó de ser inabordable y pasó a convertirse en un espacio inclemente a transformar. La ciudad sustituyó al campo; la fábrica, a la finca; el hombre de ciudad, al campesino; el gerente, al terrateniente y de esa manera el espacio urbano, ya jamás el rural, se tradujo en elemento de lucha y liberación”. El tránsito brusco del entorno en la narrativa dominicana merece un estudio amplio y detenernos pero no es este viernes el momento más adecuado.
Pero ese barrio va por la ciudad buscando ubicarse en la geografía de la ironía que sostiene el presente y configura la promesa del en la medida que dispone el azar: ¿o es a la inversa en los cuentos de los demás?
Así de irónico e irreverente somos y hemos sido a estas alturas, como Silvio, preferimos morir como hemos vivido.
De ese modo no resulta extraño el joven que quiere superarse y encuentra de frente a un régimen de fuerza que confunde enemigos, la madre soltera que con su niño en el asiento trasero de su carro se imagina seductora frente al desconocido que le pide un “aventón”, lo que aquí le decimos “bola” y parece que el poeta se va internacionalizando, porque este fue escrito en tierra extranjera.
Lo dominicano es la sorpresa de amanecer vivo. De personajes que sueñan su futuro y los atrapa el tiempo, de quienes el azar les aguarda del otro lado del cañón de una pistola mientras la violencia y la crueldad se cierne en ese día en el que no sabían que era su último.
Al inicio hablamos de autobiográfico y esto, sin embargo, no limita ni reduce su valor axiomático y general, pues elude la postura confesional y el escritor encarna su pensamiento en seres angustiados, objetivaciones externas de sus cavilaciones interiores.
La mayor seña de esta identidad es que son narrados con la ironía con la que cotidianamente Puro habla, con la que vive.
Ha sido bien lograda cada historia, el fulgor de sus trazos narrativos dejan en la memoria del lector la narración y quien escribe cuentos no puede pedir más.
Del país del libro al país en el que leemos el libro, evidentemente la calma perdida es otra. La violencia política, que produjo más héroes que víctimas, ha sido superada.
Las amenazas son otras y requieren que poetas-narradores, o narradores a secas, llenen de vida la muerte de nuestros días.
De los barrios que siguen muriendo no por las balas sino por la ignorancia. Y que caiga una cabeza equivale a una hiedra que nos devora. Bauman habló del vaciamiento y Puro ha cartografiado la vida de esos seres que van fabricando en la temporalidad esta dolorosa y cotidiana realidad, donde el dolor mayor es que el dolor mismo invisibiliza su pasado, porque ha estado expuesto demasiado tiempo, más no narrado.
Mientras tanto, sentado en el Cibao leo los diarios, los mensajes que esporádicamente llegan desde Canadá, la ficción que producimos a ratos, los silencios abrumadores. Quizás un día lea hasta la taza, a pesar de que según una versión se rompió y es tiempo de que cada uno coja para su casa.
*Presentación del libro de cuentos “En el país reina la calma” del escritor Puro Tejada. Sociedad Cultural Alianza Cibaeña, Inc.