POR REY ARTURO TAVERAS (Periodista y escritor dominicano)
El SIDA, con su manto oscuro, ha sido por décadas un enemigo invisible, un “monstruo” que la sociedad dibujó con pinceladas de miedo, prejuicio y desinformación. Como un fantasma que susurra temores antiguos, aún en la actualidad, el estigma sigue rondando a quienes conviven con esta condición, separándolos no solo del abrazo de la comprensión, sino también de la justicia social.
Cada 1 de diciembre, el Día Mundial del SIDA nos invita a mirar más allá de las estadísticas y los titulares, para enfocarnos en las historias de vida, los retos y las victorias de los 39 millones de personas que, según ONUSIDA, viven con VIH en el mundo. En República Dominicana, esta cifra alcanza las 79,000 personas, un número que grita en silencio por igualdad, acceso a tratamientos y dignidad.
El lema de 2024, “Un paso hacia la igualdad”, más que un mensaje, es un desafío a la vida. Por eso urge desterrar el látigo de los prejuicios y crear un mundo donde las desigualdades sociales y económicas no multipliquen el impacto del VIH/SIDA, porque el virus no discrimina, pero los humanos sí lo hacemos.
Sabemos que el VIH no se contagia con abrazos, besos o un apretón de manos. Sin embargo, el estigma sigue actuando como una barrera más fuerte que el propio virus.
Es irónico que el ser humano con su inteligencia ha vencido males gigantes creando tratamientos como la los del COVID-19, pero el muro de la ignorancia social sigue intacto.
El SIDA no es un monstruo, porque el verdadero monstruo son los mitos alimentado en el cotidiano vivir y el rechazo infligimos a los portadores de esta enfermedad.
Es hora de dejar de señalar con el dedo y empezar a tender la mano amiga a quienes sufren las consecuencias físicas y morales que se desprenden de la enfermedad. Porque en cada persona que vive con VIH hay un reflejo de nuestra humanidad compartida, y su derecho a la igualdad no es un favor, sino una deuda que debemos saldar.
Construyamos un presente donde las cifras se conviertan en rostros, los rostros en historias, y las historias en un movimiento que camine hacia la equidad. Recordemos que la verdadera cura del SIDA comienza con la aceptación y el amor hacia los infectados.